Budismo,
El maestro del templo de Kennin era Mokurai, Trueno Silencioso. Tenía un pequeño protegido, llamado Toyo, de sólo doce años. Toyo veía a los discípulos mayores visitar al maestro en su aposento a la mañana y a la tarde para recibir el zazen, o instrucción de guía personal, en que se les daba un koan para detener el vagabundeo de la mente. Toyo quiso también hacer zazen.
El pequeño Toyo
El maestro del templo de Kennin era Mokurai, Trueno Silencioso. Tenía un pequeño protegido, llamado Toyo, de sólo doce años. Toyo veía a los discípulos mayores visitar al maestro en su aposento a la mañana y a la tarde para recibir el zazen, o instrucción de guía personal, en que se les daba un koan para detener el vagabundeo de la mente. Toyo quiso también hacer zazen.
—Espera un poco —le dijo Mokurai—; eres demasiado joven.
Pero el muchacho insistía, de modo que el maestro finalmente consintió. Al atardecer, el pequeño Toyo acudió, en el momento debido, al umbral del recinto donde Mokurai impartía el zazen. Batió el gong para anunciar su presencia, hizo tres reverencias respetuosas antes de entrar, y fue a sentarse ante el maestro en respetuoso silencio.
—Cuando bates palmas —dijo Mokurai— escuchas el sonido de ambas manos. Ahora enséñame el sonido de una mano.
Toyo se inclinó y fue a su habitación para considerar el problema. Desde su ventana escuchaba música de geishas.
—¡Ah, ya lo tengo!— exclamó.
Al atardecer siguiente, cuando el maestro le pidió que le enseñara el sonido de una mano, Toyo empezó a ejecutar esa música.
—No, no —dijo Mokurai. Así no va. Ese no es el sonido de una mano. No lo has entendido aún.
Estimando que la música podía interrumpir sus meditaciones, Toyo se trasladó a una habitación más tranquila. Se puso de nuevo a meditar:
—¿Cuál puede ser el sonido de una mano?— De pronto oyó agua que goteaba. —Ya lo tengo—. La próxima vez que compareció ante el maestro, Toyo imitó el sonido de agua que gotea.
—¿Eso qué es?— preguntó Mokurai. —Es el sonido de una gota de agua, pero no el de una mano—.
En vano Toyo persistió en meditar para escuchar el sonido de una mano. Oyó el suspiro del viento. Pero también este sonido le fue rechazado. Oyó el chillido de un búho. Mismo rechazo. El sonido de una mano tampoco era el de las langostas. Más de diez veces Toyo visitó a Mokurai con diferentes sonidos. Ninguno era el acertado. Durante casi un año caviló sobre cuál podía ser el sonido de una sola mano. Por último, el pequeño Toyo entró en la verdadera meditación y trascendió todo sonido.
—Ya no podía encontrar más qué juntar —explicó más tarde—, de modo que alcancé el sonido insonoro. Así había realizado Toyo el sonido de una mano.
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