Romanticismo,
Romanticismo: Rousseau
El genuino romántico —ateniéndonos a las enseñanzas de Rousseau— busca la ficción y el aislamiento. Es un errante del inconsciente, un nómada con el deseo acuciante de una relación íntima con otro ser; «amor eterno y amistad perenne»: son sus lemas, el romántico empero, está condenado a la incomprensión en este mundo miserable de los hombres. Y, ciertamente, es un alivio a esta sed insatisfecha de persecución que, en el buen Rousseau , se convirtió en excentricidad y zozobra.
Rousseau, advierte Strachey, era poseedor de una cualidad que lo distanciaba de sus contemporáneos: era «moderno»; Rousseau pertenecía a otro mundo —a mi juicio, a un mundo mágico y peligroso que le cobró factura—. Lo cierto es que Juan Jacobo impregno en el espíritu aristócrata europeo, lo que posteriormente conoceríamos como romanticismo. No se trata de una vaga influencia, sino de un numen directo: los románticos, primero en Alemania, posteriormente en Inglaterra, y más tarde en Francia.
Desconfiado con respecto a toda clase de autoridades, se guardaba bien de atacar a la iglesia y su jerarquía. Y ciertamente se negaba al anticlericalismo de un Diderot, un D’Alembert, o un Voltaire. Insistía con frecuencia en la importancia del hecho religioso, del «instinto interior» que lleva al hombre en creer en «el canto que arrulla nuestras tristezas, nuestras esperanzas y nuestros sueños». De tal manera que gran parte de sus contemporáneos lo consideraban de ordinario, una especie de teólogo laico. De la misma suerte fue tratado por los filósofos, con Voltaire a la cabeza. Voltaire que se inventó a costa de aquel hostil execrado una serie de calificativos, entre los que «sombrío energúmeno, mamarracho ambulante, charlatán y salvaje» eran los más modosos.
Para entender con precisión el pensamiento del buen Rousseau, recomiendo leer sus «Confesiones».
Enlace de descarga:
0 comentarios: