Borges,

El idioma analítico de John Wilkins

mayo 31, 2013 Uchutenshi 0 Comments


Otras inquisiciones, Jorge Luis Borges, EMECÉ 1996.

     He comprobado que la decimocuarta edición de la Enciclopedia Británica, suprime el artículo sobre John Wilkins. Esa omisión es justa, si recordamos la trivialidad del artículo (veinte renglones de meras circunstancias biográficas: Wilkins nació en 1614, Wilkins murió en 1672, Wilkins fue capellán de Carlos Luis, príncipe palatino; Wilkins fue nombrado rector de uno de los colegios de Oxford, Wilkins fue el primer secretario de la Real Sociedad de Londres, etcétera.); es culpable, si consideramos la obra especulativa de Wilkins. Éste, abundó en felices curiosidades: le interesaron la teología, la criptografía, la música, la fabricación de colmenas transparentes, el curso de un planeta invisible, la posibilidad de un viaje a la luna, la posibilidad y los principios de un lenguaje mundial. A este último problema dedicó el libro An Essay Towards a Real Character and a Philosophical Language (600 páginas en cuarto mayor, 1668). No hay ejemplares de ese libro en nuestra Biblioteca Nacional; he interrogado, para redactar esta nota, The Life and Times of John Wilkins (1910), de P.A. Wright Henderson; el Woerterbuch der Philosophie (1924), de Fritz Mauthner; Delphos (1935) de E. Sylvia Pankhurst; Dangerous Thoughts(1939), de Lancelot Hogben.

     Todos, alguna vez hemos padecido esos debates inapelables en que una dama, con acopio de interjecciones y de anacolutos, jura que la palabra luna es más (o menos) expresiva que la palabra moon. Fuera de la evidente observación de que el monosílabo moon es tal vez más apto para representar un objeto muy simple —que la palabra bisilábica luna—, nada es posible contribuir a tales debates; descontadas las palabras compuestas y las derivaciones, todos los idiomas del mundo (sin excluir el volapük de Johann Martin Schleyer y la romántica interlingua de Peano) son igualmente inexpresivos. No hay edición de la Gramática de la Real Academia que no pondere «el envidiado tesoro de voces pintorescas, felices y expresivas de la riquísima lengua española», pero se trata de una mera jactancia, sin corroboración. Por lo pronto, esa misma Real Academia elabora cada tantos años un diccionario, que define las voces del español... En el idioma universal que ideó Wilkins al promediar el siglo XVII, cada palabra se define a sí misma. Descartes, en una epístola fechada en noviembre de 1629, ya había anotado que mediante el sistema decimal de numeración, podemos aprender en un sólo día a nombrar todas las cantidades hasta el infinito y a escribirlas en un idioma nuevo que es el de los guarismos1; también había propuesto la formación de un idioma análogo, general, que organizara y abarcara todos los pensamientos humanos. John Wilkins, hacia 1664, acometió esa empresa.


     Dividió el universo en cuarenta categorías o géneros, subdivisibles luego en diferencias, subdivisibles a su vez en especies. Asignó a cada género un monosílabo de dos letras; a cada diferencia, una consonante; a cada especie, una vocal. Por ejemplo: de, quiere decir elemento; deb, el primero de los elementos, el fuego; deba, una porción del elemento del fuego, una llama. En el idioma análogo de Letellier (1850), a, quiere decir animal; ab, mamífero; abo, carnívoro; aboj, felino; aboje, gato; abi, herbívoro; abiv, equino; etcétera. En el de Bonifacio Sotos Ochando (1845), imaba, quiere decir edificio; imaca, serrallo; imafe, hospital; imafo, lazareto; imari, casa; imaru, quinta; imedo, poste; imede, pilar; imego, suelo; imela, techo; imogo, ventana; bire, encuadernor; birer, encuadernar. (Debo este último censo a un libro impreso en Buenos Aires en 1886: el Curso de lengua universal, del doctor Pedro Mata.)

     Las palabras del idioma analítico de John Wilkins no son torpes símbolos arbitrarios; cada una de las letras que las integran es significativa, como lo fueron las de la Sagrada Escritura para los cabalistas. Mauthner observa que los niños podrían aprender ese idioma sin saber que es artificioso; después en el colegio, descubrirían que es también una clave universal y una enciclopedia secreta.

     Ya definido el procedimiento de Wilkins, falta examinar un problema de imposible o difícil postergación: el valor de la tabla cuadragesimal que es base del idioma. Consideremos la octava categoría, la de las piedras. Wilkins las divide en comunes (pedernal, cascajo, pizarra), módicas (mármol, ámbar, coral), preciosas (perla, ópalo), transparentes (amatista, zafiro) e insolubles (hulla, greda y arsénico). Casi tan alarmante como la octava, es la novena categoría. Ésta nos revela que los metales pueden ser imperfectos (bermellón, azogue), artificiales (bronce, latón), recrementicios (limaduras, herrumbre) y naturales (oro, estaño, cobre). La ballena figura en la categoría decimosexta; es un pez vivíparo, oblongo. Esas ambigüedades, redundancias y deficiencias recuerdan las que el doctor Franz Kuhn atribuye a cierta enciclopedia china que se titula Emporio celestial de conocimientos benévolos. En sus remotas páginas está escrito que los animales se dividen en (a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (l) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas. El instituto Bibliográfico de Bruselas también ejerce el caos: ha parcelado el universo en 1000 subdivisiones, de las cuales la 262 corresponde al Papa; la 282, a la Iglesia Católica Romana; la 263, al Día del Señor; la 268, a las escuelas dominicales; la 298, al mormonismo, y la 294, al brahmanismo, budismo, shintoísmo y taoísmo. No rehúsa las subdivisiones heterogéneas, verbigracia, la 179: «Crueldad con los animales. Protección de los animales. El duelo y el suicidio desde el punto de vista de la moral. Vicios y defectos varios. Virtudes y cualidades varias. »

     He registrado las arbitrariedades de Wilkins, del desconocido (o apócrifo) enciclopedista chino y del Instituto Bibliográfico de Bruselas; notoriamente no hay clasificación del universo que no sea arbitraria y conjetural. La razón es muy simple: no sabemos qué cosa es el universo. «El mundo —escribe David Hume—  es tal vez el bosquejo rudimentario de algún dios infantil, que lo abandonó a medio hacer, avergonzado de su ejecución deficiente; es obra de un dios subalterno, de quien los dioses superiores se burlan; es la confusa producción de una divinidad decrépita y jubilada, que ya se ha muerto » (Dialogues Concerning Natural Religion, V. 1779). Cabe ir más lejos; cabe sospechar que no hay universo en el sentido orgánico, unificador, que tiene esa ambiciosa palabra. Si lo hay, falta conjeturar su propósito; falta conjeturar las palabras, las definiciones, las etimologías, las sinonimias, del secreto diccionario de Dios.

     La imposibilidad de penetrar el esquema divino del universo no puede, sin embargo, disuadirnos de planear esquemas humanos, aunque nos conste que éstos son provisorios. El idioma analítico de Wilkins no es el menos admirable de esos esquemas. Los géneros y especies que lo componen son contradictorios y vagos; el artificio de que las letras de las palabras indiquen subdivisiones y divisiones es, sin duda, ingenioso. La palabra salmón no nos dice nada; zana, la voz correspondiente, define (para el hombre versado en las cuarenta categorías y en los géneros de esas categorías) un pez escamoso, fluvial, de carne rojiza. (Teóricamente, no es inconcebible un idioma donde el nombre de cada ser indicara todos los pormenores de su destino, pasado y venidero.)

     Esperanzas y utopías aparte, acaso lo más lúcido que sobre el lenguaje se ha escrito son estas palabras de Chesterton: «El hombre sabe que hay en el alma tintes más desconcertantes, más innumerables y más anónimos que los colores de una selva otoñal... cree, sin embargo, que esos tintes, en todas sus fusiones y conversiones, son representables con precisión por un mecanismo arbitrario de gruñidos y de chillidos. Cree que del interior de un bolsista salen realmente ruidos que significan todos los misterios de la memoria y todas las agonías del anhelo» (G. F. Watts, pág. 88, 1904).

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        Teóricamente, el número de sistemas de numeración es ilimitado. El más complejo (para uso de las divinidades y de los ángeles) registraría un número infinito de símbolos, uno para cada número entero; el más simple sólo requiere dos. Cero se escribe 0, uno 1, dos 10, tres 11, cuatro 100, cinco 101, seis 110, siete 111, ocho 1000... Es invención de Leibniz, a quien estimularon (parece) los hexagramas enigmáticos del I King.

   El idioma analítico de John Wilkins Jorge Luis Borges

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Eduardo Galeano,

Humanitos

mayo 31, 2013 Uchutenshi 0 Comments


Darwin nos informó que somos primos de los monos, no de los ángeles.
Después supimos que veníamos de la selva africana y que ninguna cigüeña nos había traído desde París.
Y no hace mucho nos enteramos de que nuestros genes son casi igualitos a los genes de los ratones.
Ya no sabemos si somos obras maestras de Dios o chistes malos del Diablo.
Nosotros, los humanitos:
los exterminadores de todo,
los cazadores del prójimo,
los creadores de la bomba atómica, la bomba de hidrógeno y la bomba de neutrones, que es la más saludable de todas porque liquida a las personas pero deja intactas las cosas,
los únicos animales que inventan máquinas,
los únicos que viven al servicio de las máquinas que inventan,
los únicos que devoran su casa,
los únicos que envenenan el agua que les da de beber y la tierra que les da de comer,
los únicos capaces de alquilarse o venderse y de alquilar o vender a sus semejantes,
los únicos que matan por placer,
los únicos que torturan,
los únicos que violan.

Y también
los únicos que ríen,
los únicos que sueñan despiertos,
los que hacen seda de la baba del gusano,
los que convierten la basura en hermosura,
los que descubren colores que el arcoíris no conoce,
los que dan nuevas músicas a las voces del mundo
y crean palabras, para que no sean mudas
la realidad ni su memoria.

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Arte,

El arte del vino

mayo 31, 2013 Uchutenshi 0 Comments



     
     Los griegos introdujeron el vino en sus colonias mediterráneas durante el primer milenio A.C. Los vinos producidos en el sur de Francia eran enriquecidos con hierbas, miel o resina, muy distintos de los que conocemos hoy. Con la conquista romana de la Galia, la provincia Narbonense fue una gran zona de producción desde la que se difundió la viña hacia la costa mediterránea. Con el descubrimiento de una copa resistente a los inviernos rigurosos y a los climas lluviosos, el cultivo de la vid se expandió hacia el norte, a Grenoble y Burdeos.

     Durante la Edad Media, Carlomagno impulsó la viticultura principalmente en Borgoña. Sin embargo, como en el resto de Europa, el papel de los monasterios fue esencial. San Bernardo, abad del monasterio de Clairvaux, fue un importante personaje en el desarrollo del vino en Borgoña: adquirió tierras, plantó cepas y las volvió rentables. Más tarde, sus sucesores hicieron florecer la viticultura en Chablis y la Côte d'Or, sembrando las cepas Chardonnay y Pinot Noir, mejoraron su producción y localizaron los mejores microclimas para sus viñas.


     Durante el siglo XVI, la expansión de los viñedos franceses fue estimulada por los holandeses quienes importaban vinos blancos para destilarlos en brandewijns, lo que favorecía el surgimiento del cognac y el armagnac. Con el desarrollo de las ciudades, el comercio del vino floreció. La generalización del uso del corcho y la botella de vidrio hicieron más fácil su exportación. Durante esta época, la burguesía en Inglaterra y Francia estaba dispuesta a pagar lo que fuera por un buen vino; así apareció el concepto de gran vino tal y como se conoce en la actualidad.

     Como consecuencia de la Ilustración, la revolución científica alcanzó los viñedos en el siglo XVIII, se clasificaron las diferentes clases de uva, es utilizó el azufre para estabilizar el vino y se promulgaron las primeras leyes para proteger a los consumidores contra los vinos falsos. Para esta época, los tintos de Burdeos se encontraban entre los más apreciados del mundo, por lo que las bodegas prosperaron  hasta tal grado que surgieron construcciones suntuosas, los llamados châteaux, verdaderos palacetes que presidían las bodegas más exitosas. Hacía mediados del siglo XX, una serie de plagas se difundieron por las viñas europeas, pero ninguna tan desastrosa como la filoxera, la cual destruyó tres hectáreas aproximadamente (tan sólo en Francia). La recuperación fue lenta y en un esfuerzo por proteger la tipicidad y calidad de sus vinos, Francia creó, en 1936, el sistema D.O.C. (Denominación de Origen Controlada). Sin embargo, las dos guerras mundiales hicieron que la industria se enfrentara a nuevas y difíciles pruebas. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el sector fue modernizado e industrializado cada vez más; infortunadamente, la cantidad tomo ventaja sobre la calidad. Aun así, Francia, al ser un país con una gran tradición en la viticultura, ha encaminado esfuerzos y ha recuperado gran terreno, sobre todo en el plano internacional, donde los embates de los vinos sobre todo en España y América, han resultado particularmente exitosos.

Varietales y Ensamblajes


     El vino varietal es aquel que se elabora a partir de una variedad predominante de uva. Cada país define el porcentaje mínimo de uva que debe contener el vino para poder llevar su nombre en la etiqueta, generalmente de 75 a 80%. Cuando una variedad predomina en un ciento por ciento, el vino recibe el nombre de monovarietal. El vino de corte, ensamblaje o coupage, es aquel que combina proporciones adecuadas de distintas variedades de uva para compensar algunas carencias mediante cepas complementarias y garantizar así, un estilo de vino particular y equilibrado. Es importante tener en cuenta que no todas las cepas admiten cualquier combinación. La más versátil es la Cabernet Sauvignon debido a que se combina excepcionalmente con numerosas variedades.

Cepas más representativas

   
     Prácticamente todas las cepas importantes tienen su origen en Francia y tan sólo algunas muy contadas, son responsables de los principales estilos clásicos de vino. La legislación regula cada una de ellas, teniendo en cuenta las características del terruño de cada región. Cada región cuenta con sus cepas más representativas. En Burdeos: Cabernet Sauvignon, Cabernet Franc, Merlot, Petit Verdot, Malbec, y Sauvignon Blanc. En Borgoña: Pinot Noir, Gamay, y Chardonnay. En el Valle del Ródano: Grenache, Mourvèdre, y Viognier. En Alsacia: Gewürztraminer, Riesling, y Pinot Gris. En Champagne: Pinot Noir, Pinot Meunier, y Chardonnay. En el sur de Francia: Carignan, Cinsau, Gros Manseng, Petit Manseng, y Marsanne. En el Valle del Loire: Gamay, Chenin Blanc, y Melon de Bourgogne.

Chardonnay

     Es la cepa de los grandes Borgoñas blancos: Chablis, Puligny-Fuissé y el Champagne. Es una variedad que se adapta muy bien a diversas condiciones medioambientales. La mayor parte del Chardonnay debe consumirse joven; únicamente los vinos de máxima calidad mejoran con el envejecimiento de la botella.

Sémillon

     Da origen a los vinos dulces de Sauternes y Barsac, así como a los secos Pessac-Léognan y Graves. Gracias a la acción de un hongo, tiene la virtud de descomponerse noblemente, concentrando sus azúcares y compuestos aromáticos. Como carece de acidez afrutada, suele vinificarse con el Sauvignon Blanc. Requiere envejecimiento.

Sauvignon Blanc

     Es una de las uvas indígenas del Valle del Loire y el principal viduño blanco de Burdeos. Es una variedad curiosamente atractiva, produce un vino interesante, límpido y claro, con aromas afrutados y herbáceos y una refrescante acidez que hace agua la boca.

Cabernet Sauvignon

     Conserva intactos su estilo y carácter aún fuera de Burdeos. La Cabernet confiere al Burdeos tinto, su intensidad y riqueza de color, aroma y perfecto bouquet; su calidad firme, recia y armoniosa, así como su largo acabado.

Merlot

     Ocupa gran parte de las plantaciones de Francia y el mundo por la demanda de vino más suave. Predomina en los vinos de Saint-Émilion y Pomerol. El Merlot se elabora para consumirse joven, pero envejece perfectamente.

Pinot Noir

     Es originaria de Borgoña, donde predomina en los vinos de Côte d'Or, Chambertin y Vosne-Romanée, de sublime riqueza y calidad. Da grandes vinos en Champagne. su exigencia hace que en la mayor parte de las regiones sea minoritaria.

Como leer una etiqueta francesa

   
     La etiqueta brinda información importante para el consumidor, ya que es la tarjeta de presentación del vino, la garantía de su procedencia, control de calidad y autenticidad. Desde que existe la legislación sobre la Denominación de Origen y otras reglamentaciones en los países vitivinícolas, las inscripciones que figuran en la mayoría de las etiquetas han sido cuidadosamente reglamentadas. La legislación en esta materia varía según los países. La etiqueta proporciona la siguiente información sobre el vino: procedencia, cosecha o añada, nombre del vino, control de calidad, embotellador, ubicación de las bodegas, graduación alcohólica y contenido.

Recomendaciones generales

Las copas

     Lo más recomendable es utilizar copas incoloras, de cristal transparente, para poder apreciar el color del vino. En cuanto a la forma, las más   idóneas son las copas grandes —tipo balón o tulipa— ya que atrapan bien el aroma del vino, permitiendo así disfrutarlo mejor; el tallo debe ser lo suficientemente largo como para tomarlo con los dedos sin tocar el cáliz. Las copas no deben lavarse con detergentes, sino simplemente aclararlas con abundante agua y secarlas con un paño limpio y bien seco.

Conservación del vino

     El vino siempre debe conservarse en posición horizontal: así el corcho se mantendrá siempre húmedo e impedirá que el gran enemigo del vino, el oxigeno, penetre en la botella. Almacene el vino en un lugar fresco, seco y bien ventilado en el cual la temperatura se mantenga lo más estable posible, en un rango de entre 12 y 15 °C. Las botellas deben estar aisladas de las vibraciones producidas por algún tipo de maquinaria, del ruido y de fuentes de calor, ya que éste reseca el corcho.

Cuándo decantar el vino y dejarlo respirar

     Se recomienda decantar el vino cuando este contiene sedimentos, ha pasado varios años en su botella o es un vino joven con gran contenido de taninos. Un día antes de destapar, se debe pasar la botella de posición horizontal a vertical, el vino se debe verter cuidadosamente en el decantador y se debe dejar reposar una media hora antes de servir: la oxigenación hará que el vino se exprese mejor. Al momento de entrar el aire en contacto con  el vino, se rompen sus moléculas aromáticas y se volatilizan, abriendo el abanico de sus aromas. Por ello se recomienda dejar respirar al vino entre quince y veinte minutos antes de ser servido.

Servicio del vino

     Si se van a servir varios vinos en la comida, se debe comenzar con los vinos blancos, posteriormente con los tintos y se finaliza con los dulces o espumosos. Los vinos ligeros se sirven antes que los más complejos o potentes, y los más jóvenes preceden a los de crianza o reserva.

Temperatura de servicio

     El vino blanco debe servirse fresco,  no helado, ya que el frío no permite apreciar sus aromas y sabores. La temperatura ideal es de entre 6 y 8 °C, respectivamente, puede enfriarse en la nevera o en una hielera con agua y hielo. La temperatura correcta para servir un vino tinto fluctúa dependiendo de la edad: entre los 14 °C para los más jóvenes y 19°C para los de crianza. Por su parte, los rosados deben consumirse a 10 °C y los espumosos, entre los 4 °C y 6 °C.

¿Qué dice el corcho?

     El corcho es esencial para el vino. Este pequeño trozo de alcornoque, más que un simple tapón que impide se derrame el líquido , nos muestra las características del vino y nos habla de su conservación. Si el corcho huele a vino, se puede esperar una buena degustación y se sabrá que la botella se conservo correctamente. Sí por el contrario, el corcho está muy seco, no es un buen presagio: implica que la botella se guardo en posición vertical, en un ambiente de baja humedad relativa, y que probablemente el vino se haya oxigenado demasiado. Un corcho largo indica que el vino ha sido preparado para guarda, lo que indica que es un buen vino. Un corcho claro y de fácil destape indica que es un vino recién embotellado. Los corchos provienen de la corteza del alcornoque, un árbol mediterráneo.

La cata de vino

   
     La cata es el proceso por el cual podemos apreciar las cualidades organolépticas del vino mediante la información que brinda a los sentidos de la vista, el olfato y el gusto. Para comenzar, se vierte el vino hasta llenar un tercio de una copa de cristal, se gira lentamente y se alistan los sentidos...

La vista

     Se sujeta la copa por la base del pie, se aleja para ser observada de preferencia contra un fondo blanco. Debemos tomar en cuenta la claridad del vino, la intensidad de su color o o si presenta cuerpos extraños. El color brinda valiosa información: en los blancos los más pálidos vienen de climas fríos y los más intensos de regiones cálidas. En el caso de los tintos, podemos determinar su edad ya que pierden progresivamente su color, volviéndose más pálidos con el tiempo. El modo en como envejece el vino también afecta su color; los vinos envejecidos en madera pierden los tonos rojos-violeta y púrpura, dando paso a notas rojo-ladrillo.

El olfato

     Se han identificado más de quinientas notas aromáticas en el vino y para apreciarlas se relacionan con aromas conocidos. Para comenzar se acerca la nariz a la copa y se inhala; luego se gira lentamente y se inhala con mayor profundidad. Los aromas se catalogan como primarios, secundarios y terciarios. Los primarios son los más llamativos y afrutados, proceden directamente de las uvas. Los secundarios osn aportados por la fermentación y suelen ser más complejos, como los de mantequilla,vainilla, roble o especias. Los terciarios son los más complicados al percibir, y describir; son producto del proceso de maduración del vino. Al conjunto de los aromas secundarios y terciarios se le denomina bouquet.

El gusto

     Las papilas gustativas aprecian los sabores en distintas zonas de la lengua: las de la punta perciben los sabores dulces; las laterales, los ácidos, y las traseras, los amargos. Por el sentido del gusto también se aprecian otros aspectos importantes del vino como el equilibrio, cuerpo, textura o permanencia. A la hora de probar el vino, hay que distribuirlo por la boca de forma que impregne bien las papilas gustativas: se paladea y se piensa sobre la información que se está recibiendo.


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Psicología,

La Dinámica de grupo

mayo 22, 2013 Uchutenshi 0 Comments


Las fuerzas psicológicas y sociales que funcionan cuando las personas
se asocian en grupos.

     Esta expresión la utilizó por primera vez Kurt Lewin, él rechaza la simple idea de una persona motivada por los instintos y los deseos y actuando en un ambiente indiferente. En cambio, propone el concepto de "espacio vital". El espacio vital de una persona, no es simplemente el ambiente objetivo, sino el complejo de la persona y el ambiente, junto con la forma en que éste es percibido e interpretado por dicha persona. También incluye las presiones culturales que determinan cuándo una forma concreta de pensamiento es apropiada y cuándo no lo es. La interacción de los espacios vitales de los miembros de un grupo produce un campo de fuerza compuesto por distintos elementos, algunos tienden a impulsar el grupo en una dirección de opinión y otros empujándole en dirección opuesta.

     Por ejemplo, un grupo podría estar compuesto por algunos miembros con fuertes prejuicios raciales y otros que apreciarían la necesidad de respetar las libertades de terceros. Si dicho grupo se viese involucrado en una situación en la que se percibiera una amenaza procedente de un grupo "pensador" distinto, surgirían tensiones y el resultado del grupo en términos de comportamiento, vendría determinado por la fuerza relativa de dichas tensiones dentro del grupo. Cualquier tentativa de alterar el resultado probablemente tendrá poco éxito si trata de cambiar las opiniones individuales. Dado que el espacio vital de cada miembro del grupo está sometido a las presiones del campo de fuerza del grupo, es éste el que debe modificarse si se pretende conseguir algún cambio.


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Psicología,

¿Puede su hijo ser demasiado religioso?

mayo 17, 2013 Uchutenshi 0 Comments


     En un reciente artículo de la revista Time, se entrega una visión acerca de los daños que podría causar la religiosidad: La religión puede ser una fuente de consuelo que mejora el bienestar. Sin embargo, algunos tipos de religiosidad podrían ser señal de problemas más profundos en la salud mental.

     Al ver a sus hijos orar con mayor entusiasmo que, por ejemplo, jugar vídeojuegos, la mayoría de los padres gritarían: «¡Aleluya!», o cualquiera que sea su expresión de alegría. La investigación muestra que la religión puede ser una fuerza positiva en la vida de los niños, al igual que lo puede ser para los adultos. «La religión» dice Bill Hathaway, un psicólogo clínico de la religión y Decano de la Facultad de Psicología y Consejería en la Universidad Regent«tiene que ver con que el niño tenga un mayor sentido de autoestima, un mejor ajuste académico y menores tasas de abuso de sustancias y comportamiento delictivo o criminal.» Así que si su niño está inmerso en las escrituras después de la escuela y ora con regularidad durante todo el día, puede dar un suspiro de alivio. Es un buen chico. Mi hijo está bien.
     O tal vez no… La devoción de su hijo puede ser algo grande, desaforado, sin embargo; hay algunos niños cuyos ritos religiosos necesitan una mirada más profunda. Para estos niños, una práctica excesiva de su fe familiar o incluso de otra fe, puede ser signo de un problema de salud mental subyacente, es decir; un mecanismo de defensa para lidiar con el trauma o el estrés sin dirección.

     Los terapeutas privados informan que están viendo a niños y adolescentes a través de una variedad de creencias religiosas cuya práctica puede ser problemática. La cantidad de tiempo que dedican a la oración, o a otros actos de la práctica espiritual, no es tan importantedicen, como la calidad de esta devoción, y si esta ayuda a los niños o en su lugar los aísla y debilita, su trabajo escolar relaciones se verán minadas. Los niños con trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), por ejemplo, pueden repetir rígidamente versos sagrados, como el Ave María, o centrarse en otros rituales fuera de su fe, no por un sentido de religiosidad, sino por una expresión de su trastorno. «Parece positivo, pero podría ser negativo», comenta Stephanie Mihalas, profesora y psicóloga clínica con licencia de la UCLA.

     Tal comportamiento ritualista —comenta— también puede reflejar la manera de un niño de hacer frente a la ansiedad, y en realidad no podría ser más espiritual que el lavado de manos fanático o el temor a caminar sobre grietas en la calle. «Estos niños temen que si no obedecen sus reglas religiosas perfectamente explica Carole Lierberman, MD, una psiquiatra de Beverly Hills, Dios les castigará.»

     Algunos niños sufren de escrupulosidad, una forma del TOC que implica un sentimiento de culpa y vergüenza. Las víctimas se preocupan obsesivamente de que han cometido blasfemia, han sido impuros o han pecado de otra manera. Ellos tienden a concentrarse en ciertas reglas o rituales en lugar de en la totalidad de su fe. Se preocupan de que Dios no los perdonara. Y esto puede señalar el inicio de algún tipo de depresión o ansiedad, comenta John Duffy; psicólogo clínico del área de Chicago que se especializa en adolescentes. «Los niños que han cometido ‘errores’ con el sexo o el consumo de drogas, pueden tener dificultad para perdonarse a sí mismos.»

     Tal meticulosidad con las prácticas religiosas no parece tan dañina, pero los comportamientos extremos, como los delirios o alucinaciones pueden ser un signo de enfermedad mental grave. Ver y escuchar cosas que no están allí, puede ser síntoma de un trastorno maníaco-depresivo, o esquizofrenia de inicio temprano. Sin embargo los padres pueden estar menos en sintonía con tal comportamiento poco saludable cuando se produce bajo el pretexto de la fe.

     No es inusual que los niños en cuyas familias exista discordia marital, disciplina dura, en donde abuso y la adicción estén presentes; realicen rituales de protección. Si saben que sus padres aprueban la religión comenta Lieberman«Procuran ser niños buenos y permanecer por debajo del radar del caos de la familia, o de la rabia de los padres.» O como Mihalas ha señalado, algunos niños incluso empujan a sus ya practicantes padres a ser aún más estrictos, esto por temor a que la catástrofe los golpee.

     ¿Cuándo levanta estas banderas rojas la religiosidad? La prueba fundamental se centra en cómo los niños están funcionando en el resto de sus vidas. ¿Están haciéndolo bien en el colegio, practican deportes o música, se socializan con amigos? Si es así, entonces su fe es probablemente una fuente de fortaleza y capacidad de recuperación. Si por el contrario, parece que las prácticas religiosas y rituales pueden haberse adueñado de su vida cotidiana, y desplazado sus actividades normales, los expertos sugieren tomar medidas para comprender lo que está provocando su obsesión en la fe.

     Fuente: Time

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Edgar Allan poe,

Espíritus de los Muertos

mayo 16, 2013 Uchutenshi 0 Comments




Tu alma, sobre la tumba de piedra gris
a solas yacerá con sombríos pensamientos;
Nadie, en toda esa intimidad, penetrará
en la delgada hora de tu Secreto,

Sé silencioso en esa quietud,
la cual no es Soledad, ya que
Los Espíritus de los Muertos,
quienes te precedieron en la Vida,
en la Muerte te rodearán,
y con Sombras, tu quietud enlazarán;


La Noche, tan clara, se oscurecerá,
y las estrellas nos arrebatarán su brillo
desde sus altos tronos en el Cielo,
con su luz de esperanza para los mortales,
pero sus esferas rojas, apagadas,
en tu hastío tendrán la forma de Fiebre y Llamas,
y te reclamarán para siempre.

Ahora son pensamientos que no desterrarás,
Ahora son visiones casi desvaneciéndose;
De tu Espíritu no pasarán jamás,
como la gota de rocío muere sobre la hierba

La brisa, aliento de Dios, es inmóvil,
y la niebla sobre la colina
Sombría, sombría, y a la vez intocable,
Es una Señal y un Símbolo.
¡Cómo se extiende sobre los árboles,
Misterio de Misterios!

Edgar Allan Poe

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Oscar Wilde,

El Verdadero Conocimiento

mayo 14, 2013 Uchutenshi 0 Comments


Tú que lo sabes todo; sabes que busco en vano
Semillas y tierras para cultivar con certeza,
Pero la tierra es oscura entre la maleza,
Indiferente a la lluvia o lágrimas que derramo.

Tú lo sabes todo; sabes que me siento y espero,
Con las manos frágiles y los ojos ciegos,
Hasta el último pliegue del velo,
Hasta el ocaso de la puerta.

Tú lo sabes todo; sabes de mi vanidad,
Confío en que mi vida no es en vano,
En que algún día nos tomaremos de la mano
En una extraña y divina eternidad.

Oscar Wilde


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Edgar Allan poe,

El cuervo (fragmento)

mayo 14, 2013 Uchutenshi 0 Comments




¡Ah! aquel lúcido recuerdo 
de un gélido diciembre; 
espectros de brasas moribundas 
reflejadas en el suelo; 
angustia del deseo del nuevo día; 
en vano encareciendo a mis libros 
dieran tregua a mi dolor. 
Dolor por la pérdida de Leonora, la única, 
virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada. 
Aquí ya sin nombre, para siempre.

Edgar Allan Poe

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Edgar Allan poe,

La máscara de la muerte roja

mayo 13, 2013 Uchutenshi 0 Comments




    Durante mucho tiempo, la «Muerte Roja» había devastado la región. Jamás pestilencia alguna fue tan fatal y espantosa. Su avatar era la sangre, el color y el horror de la sangre. Se producían agudos dolores, un súbito desvanecimiento y, después, un abundante sangrar por los poros y la disolución del ser. Las manchas purpúreas por el cuerpo, y especialmente por el rostro de la víctima, desechaban a ésta de la Humanidad y la cerraban a todo socorro y a toda compasión. La invasión, el progreso y el resultado de la enfermedad eran cuestión de media hora.

     Pero el príncipe Próspero era feliz, intrépido y sagaz. Cuando sus dominios perdieron la mitad de su población, reunió a un millar de amigos fuertes y de corazón alegre, elegidos entre los caballeros y las damas de su corte, y con ellos constituyó un refugio recóndito en una de sus abadías fortificadas. Era una construcción vasta y magnífica, una creación del propio príncipe, de gusto excéntrico, pero grandioso. Rodeábala un fuerte y elevado muro, con sus correspondientes puertas de hierro. Los cortesanos, una vez dentro, se sirvieron de hornillos y pesadas mazas para soldar los cerrojos. Decidieron atrincherarse contra los súbitos impulsos de la desesperación del exterior e impedir toda salida a los frenesíes del interior.

     La abadía fue abastecida copiosamente. Gracias a tales precauciones los cortesanos podían desafiar el contagio. El mundo exterior, que se las compusiera como pudiese. Por lo demás, sería locura afligirse o pensar en él. El príncipe había provisto aquella mansión de todos los medios de placer. Había bufones, improvisadores, danzarines, músicos, lo bello en todas sus formas, y había vino. En el interior existía todo esto, además de la seguridad. Afuera, la «Muerte Roja».

     Ocurrió a fines del quinto o sexto mes de su retiro, mientras la plaga hacía grandes estragos afuera, cuando el príncipe Próspero proporcionó a su millar de amigos un baile de máscaras de la más insólita magnificencia.

     ¡Qué voluptuoso cuadro el de ese baile de máscaras! Permítaseme describir los salones donde tuvo efecto. Eran siete, en una hilera imperial. En muchos palacios estas hileras de salones constituyen largas perspectivas en línea recta cuando los batientes de las puertas están abiertos de par en par, de modo que la mirada llega hasta el final sin obstáculo. Aquí, el caso era muy distinto, como se podía esperar por parte del duque y de su preferencia señaladísima por lo bizarre. Las salas estaban dispuestas de modo tan irregular que la mirada solamente podía alcanzar una cada vez. Al cabo de un espacio de veinte o treinta yardas encontrábase una súbita revuelta, y en cada esquina, un aspecto diferente.

     A derecha e izquierda, en medio de cada pared, una alta y estrecha ventana gótica comunicaba con un corredor cerrado que seguía las sinuosidades del aposento. Cada ventanal estaba hecho de vidrios de colores que armonizaban con el tono dominante de la decoración del salón para el cual se abría. El que ocupaba el extremo oriental, por ejemplo, estaba decorado en azul, y los ventanales eran de un azul vivo. El segundo aposento estaba ornado y guarnecido de púrpura, y las vidrieras eran purpúreas. El tercero, enteramente verde, y verdes sus ventanas. El cuarto, anaranjado, recibía la luz a través de una ventana anaranjada. El quinto, blanco, y el sexto, violeta. El séptimo salón estaba rigurosamente forrado por colgaduras de terciopelo negro, que revestían todo el techo y las paredes y caían sobre un tapiz de la misma tela y del mismo color. Pero solamente en este aposento el color de las vidrieras no correspondía al del decorado.

     Los ventanales eran escarlata, de un intenso color de sangre. Ahora bien: no veíase lámpara ni candelabro alguno en estos siete salones, entre los adornos de las paredes o del techo artesonado. Ni lámparas ni velas; ninguna claridad de esta clase, en aquella larga hilera de habitaciones. Pero en los corredores que la rodeaban, exactamente enfrente de cada ventana, levantábase un enorme trípode con un brasero resplandeciente que proyectaba su claridad a través de los cristales coloreados e iluminaba la sala de un modo deslumbrante. Producíase así una infinidad de aspectos cambiantes y fantásticos.

     Pero en el salón de poniente, en la cámara negra, la claridad del brasero, que se reflejaba sobre las negras tapicerías a través de los cristales sangrientos, era terriblemente siniestra y prestaba a las fisonomías de los imprudentes que penetraban en ella un aspecto tan extraño, que muy pocos bailarines tenían valor para pisar su mágico recinto.

     También en este salón erguíase, apoyado contra el muro de poniente, un gigantesco reloj de ébano. Su péndulo movíase con un tictac sordo, pesado y monótono. Y cuando el minutero completaba el circuito de la esfera e iba a sonar la hora, salía de los pulmones de bronce de la máquina un sonido claro, estrepitoso, profundo y extraordinariamente musical, pero de un timbre tan particular y potente que, de hora en hora, los músicos de la orquesta veíanse obligados a interrumpir un instante sus acordes para escuchar el sonido. Los valsistas veíanse forzados a cesar en sus evoluciones.

     Una perturbación momentánea recorría toda aquella multitud, y mientras sonaban las campanas notábase que los más vehementes palidecían y los más sensatos pasábanse las manos por la frente, pareciendo sumirse en meditación o en un sueño febril. Pero una vez desaparecía por completo el eco, una ligera hilaridad circulaba por toda la reunión. Los músicos mirábanse entre sí y reíanse de sus nervios y de su locura, y jurábanse en voz baja unos a otros que la próxima vez que sonaran las campanadas no sentirían la misma impresión. Y luego, cuando después de la fuga de los sesenta minutos que comprenden los tres mil seiscientos segundos de la hora desaparecida, cuando llegaba una nueva campanada del reloj fatal, se producía el mismo estremecimiento, el mismo escalofrío y el mismo sueño febril.

     Pero, a pesar de todo esto, la orgía continuaba alegre y magnífica. El gusto del duque era muy singular. Tenía una vista segura por lo que se refiere a colores y efectos. Despreciaba el decora de moda. Sus proyectos eran temerarios y salvajes, y sus concepciones brillaban con un esplendor bárbaro. Muchas gentes lo consideraban loco. Sus cortesanos sabían perfectamente que no lo era. Sin embargo, era preciso oírlo, verlo, tocarlo, para asegurarse de que no lo estaba.

     En ocasión de esta gran fête, había dirigido gran parte de la decoración de los muebles, y su gusto personal había dirigido el estilo de los disfraces. No hay duda de que eran concepciones grotescas. Era deslumbrador, brillante. Había cosas chocantes y cosas fantásticas, mucho de lo que después se ha visto en Hernani. Había figuras arabescas, con miembros y aditamentos inapropiados.

     Delirantes fantasías, atavíos como de loco. Había mucho de lo bello, mucho de lo licencioso, mucho de lo bizarre, algo de lo terrible y no poco de lo que podría haber producido repugnancia. De un lado a otro de las siete salas pavoneábase una muchedumbre de pesadilla. Y esa multitud —la pesadilla— contorsionábase en todos sentidos, tiñéndose del color de los salones, haciendo que la música pareciera el eco de sus propios pasos.

     De pronto, repica de nuevo el reloj de ébano que se encuentra en el salón de terciopelo. Por un instante queda entonces todo parado; todo guarda silencio, excepto la voz del reloj. Las figuras de pesadilla quédanse yertas, paradas. Pero los ecos de la campana se van desvaneciendo. No han durado sino un instante, y, apenas han desaparecido, una risa leve mal reprimida se cierne por todos lados. Y una vez más, la música suena, vive en los ensueños.

     De un lado a otro, retuércense más alegremente que nunca, reflejando el color de las ventanas distintamente teñidas y a través de las cuales fluyen los rayos de los trípodes. Pero en el salón más occidental de los siete no hay ahora máscara ninguna que se atreva a entrar, porque la noche va transcurriendo. Allí se derrama una luz más roja a través de los cristales color de sangre, y la oscuridad de las cortinas teñidas de negro es aterradora. Y a los que pisan la negra alfombra llégales del cercano reloj de ébano un más pesado repique, más solemnemente acentuado que el que hiere los oídos de las máscaras que se divierten en las salas más apartadas.

     Pero en estas otras salas había una densa muchedumbre. En ellas latía febrilmente el corazón de la vida. La fiesta llegaba a su pleno arrebato cuando, por último, sonaron los tañidos de medianoche en el reloj. Y, entonces, la música cesó, como ya he dicho, y apaciguáronse las evoluciones de los danzarines. Y, como antes, se produjo una angustiosa inmovilidad en todas las cosas. Pero el tañido del reloj había de reunir esta vez doce campanadas. Por esto ocurrió tal vez, que, con el mayor tiempo, se insinuó en las meditaciones de los pensativos que se encontraban entre los que se divertían mayor cantidad de pensamientos. Y, quizá por lo mismo, varias personas entre aquella muchedumbre, antes que se hubiesen ahogado en el silencio los postreros ecos de la última campanada, habían tenido tiempo para darse cuenta de la presencia de una figura enmascarada que hasta entonces no había llamado la atención de nadie, Y al difundirse en un susurro el rumor de aquella nueva intrusión, se suscitó entre todos los concurrentes un cuchicheo o murmullo significativo de asombro y desaprobación. Y luego, finalmente, el terror, el pavor y el asco.

     En una reunión de fantasmas como la que he descrito puede muy bien suponerse que ninguna aparición ordinaria hubiera provocado una sensación como aquélla. A decir verdad, la libertad carnavalesca de aquella noche era casi ilimitada. Pero el personaje en cuestión había superado la extravagancia de un Herodes y los límites complacientes, no obstante, de la moralidad equívoca e impuesta por el príncipe. En los corazones de los hombres más temerarios hay cuerdas que no se dejan tocar sin emoción. Hasta en los más depravados, en quienes la vida y la muerte son siempre motivo de juego, hay cosas con las que no se puede bromear. Toda la concurrencia pareció entonces sentir profundamente lo inadecuado del traje y de las maneras del desconocido. El personaje era alto y delgado, y estaba envuelto en un sudario que lo cubría de la cabeza a los pies.

     La máscara que ocultaba su rostro representaba tan admirablemente la rígida fisonomía de un cadáver, que hasta el más minucioso examen hubiese descubierto con dificultad el artificio. Y, sin embargo, todos aquellos alegres locos hubieran soportado, y tal vez aprobado aquella desagradable broma. Pero la máscara había llegado hasta el punto de adoptar el tipo de la «Muerte Roja». Sus vestiduras estaban manchadas de sangre, y su ancha frente, así como sus demás facciones, se encontraba salpicada con el horror escarlata.

     Cuando los ojos del príncipe Próspero se fijaron en aquella figura espectral (que con pausado y solemne movimiento, como para representar mejor su papel, pavoneábase de un lado a otro entre los que bailaban), se le vio, en el primer momento, conmoverse por un violento estremecimiento de terror y de asco. Pero, un segundo después, su frente enrojeció de ira.

     —¿Quién se atreve —preguntó con voz ronca a los cortesanos que se hallaban junto a él—, quién se atreve a insultarnos con esta burla blasfema? ¡Apoderaos de él y desenmascararse, para que sepamos a quién hemos de ahorcar en nuestras almenas al salir el sol!

     Ocurría esto en el salón del Este, o cámara azul, donde hallábase el príncipe Próspero al pronunciar estas palabras. Resonaron claras y potentes a través de los siete salones, pues el príncipe era un hombre impetuoso y fuerte, y la música había cesado a un ademán de su mano.

     Ocurría esto en la cámara azul, donde hallábase el príncipe rodeado de un grupo de pálidos cortesanos. Al principio, mientras hablaba, hubo un ligero movimiento de avance de este grupo hacia el intruso, que, en tal instante, estuvo también al alcance de sus manos, y que ahora, con paso tranquilo y majestuoso, acercábase cada vez más al príncipe. Pero por cierto terror indefinido, que la insensata arrogancia del enmascarado había inspirado a toda la concurrencia, nadie hubo que pusiera mano en él para prenderle, de tal modo que, sin encontrar obstáculo alguno, pasó a una yarda del príncipe, y mientras la inmensa asamblea, como obedeciendo a un mismo impulso, retrocedía desde el centro de la sala hacia las paredes, él continuó sin interrupción su camino, con aquel mismo paso solemne y mesurado que le había distinguido desde su aparición, pasando de la cámara azul a la purpúrea, de la purpúrea a la verde, de la verde a la anaranjada, de ésta a la blanca, y llegó a la de color violeta antes de que se hubiera hecho un movimiento decisivo para detenerle.

     Sin embargo, fue entonces cuando el príncipe Próspero, exasperado de ira y vergüenza por su momentánea cobardía, se lanzó precipitadamente a través de las seis cámaras, sin que nadie lo siguiera a causa del mortal terror que de todos se había apoderado. Blandía un puñal desenvainado, y se había acercado impetuosamente a unos tres o cuatro pies de aquella figura que se batía en retirada, cuando ésta, habiendo llegado al final del salón de terciopelo, volvióse bruscamente e hizo frente a su perseguidor. Sonó un agudo grito y la daga cayó relampagueante sobre la fúnebre alfombra, en la cual, acto seguido, se desplomó, muerto, el príncipe Próspero.

     Entonces, invocando el frenético valor de la desesperación, un tropel de máscaras se precipitó a un tiempo en la negra estancia, y agarrando al desconocido, que manteníase erguido e inmóvil como una gran estatua a la sombra del reloj de ébano, exhalaron un grito de terror inexpresable, viendo que bajo el sudario y la máscara de cadáver que habían aferrado con energía tan violenta no se hallaba forma tangible alguna.

     Y, entonces, reconocieron la presencia de la «Muerte Roja», Había llegado como un ladrón en la noche, y, uno por uno, cayeron los alegres libertinos por las salas de la orgía, inundados de un rocío sangriento. Y cada uno murió en la desesperada postura de su caída.

     Y la vida del reloj de ébano extinguióse con la del último de aquellos licenciosos. Y las llamas de los trípodes se extinguieron. Y la tiniebla, y la ruina, y la «Muerte Roja» tuvieron sobre todo aquello ilimitado dominio.

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Filosofía,

Friedrich Nietzsche: El Übermensch

mayo 12, 2013 Uchutenshi 0 Comments

     El término que utiliza Nietzsche es Übermensch, que literalmente no significa superhombre sino superior al hombre. Podría incluso decir que significa muy por encima del hombre. El Übermensch es el hombre que destaca muy por encima de los seres humanos tal como existen en el presente, los trasciende. Asimismo, podría decir que es el hombre trascendente. En otras palabras, el superhombre de Nietzsche no es sólo una evidente humanidad actual, una humanidad cotidiana en un grado superlativo sino, por el contrario, se refiere a un tipo de humanidad completamente distinto: una humanidad superior. La palabra superhombre ha quedado grabada en la memoria contemporánea como la traducción aceptada del Übermensch de Nietzsche, esto se debe a que ha prevalecido en el mundo de habla inglesa como la expresión cultural más prominente del concepto de Nietzsche, esto se debe a la obra de George Bernard Shaw, El hombre y el superhombre.
     Infortunadamente tras la muerte de Nietzsche, su filosofía se tergiverso y se degradó de un modo banal en la comprensión popular. Ante todo, se envileció en manos de su hermana y, después, en manos de aquellos que intentaron relacionar las ideas de Nietzsche con la ideología nazi. Ha sido en los años recientes cuando se ha rescatado el pensamiento de Nietzsche, liberándolo de las malas interpretaciones para, por fin, interpretarlo con más exactitud, lo cual ha logrado con exactitud el escritor Walter Kaufmann. Por lo tanto, para comenzar a disfrutar la gran obra de Nietzsche, es debido analizar la forma en como presenta su material —que como lo sugiere el título Así hablo Zaratustra—, es bastante individual. El Zaratustra de Nietzsche es literario, es tan sólo el portavoz de las ideas del propio Nietzsche. Empero, lo que los dos Zaratustras tienen en común es que aportan un mensaje a la humanidad. La primera sección del libro, Prólogo de Zaratustra, lo representa descendiendo de una montaña —por supuesto, esto es simbólico y ésa es la intención—. Zaratustra ha estado en la montaña durante diez años, pensando y meditando, ahora su sabiduría ya maduró y desea compartirla con los humanos.
     En su descenso lo reconoce un santo ermitaño que ha vivido mucho tiempo en el bosque al pie de la montaña, el cual recuerda haberlo visto hace tiempo, cuando subió. El ermitaño trata de persuadir a Zaratustra para que no deje la montaña: «La gente es muy ingrata y distraída. No malgastes tu tiempo con las personas. Es mejor ser un ermitaño, vivir en la selva con las aves y las bestias, olvidarse del mundo de los hombres y sencillamente venerar a Dios». Sin embargo, Zaratustra deja al ermitaño y sus oraciones en el bosque y conforme continúa con su camino se pregunta: «¿Será posible que ese viejo santo en la espesura de la montaña no haya escuchado aún, que Dios ha muerto?».
     La contundente observación de que Dios ha muerto constituye una de las percepciones más importantes de Nietzsche y se ha repetido a lo largo del siglo XX —y seguirá en el siglo XXI—, dando lugar a todo un movimiento de pensamiento moderno y teológico que promulga la muerte de Dios. Nietzsche fue el primero en observar la ausencia de Dios; ya no estaba más allá arriba, en los cielos. De hecho, observo con claridad algo que desde entonces muchos han llegado a notar —aun así, habrá quienes declaren sin embargo, que él está totalmente equivocado—.
     Lo que Nietzsche observo fue que la enseñanza del cristianismo ortodoxo, con su creencia en un Dios personal, un ser supremo, un creador, junto con las doctrinas del pecado y la fe, la justificación, la expiación y la resurrección habían muerto, caducado; eran ya irrelevantes. Su declaración anunciaba el inicio de lo que algunos identificarían como una era post-cristiana. Si Dios había muerto, el concepto cristiano del hombre también había muerto. El concepto del hombre como un ser que ha caído, un ser que por desobediente y pecaminoso necesita de la gracia para redimirse. Un ser que ha de ser juzgado y, quizá, castigado. Ese concepto nimio ya no es relevante. Han explotado los viejos dogmas. De modo que hace falta un nuevo concepto de quiénes y qué somos los seres humanos. Si nos encontramos en un universo sin Dios, estamos solos. Por lo mismo, tenemos que tratar de entendernos nuevamente. Ya no podemos aceptar respuestas preparadas. Nos encontramos aquí y ahora, en medio de un universo cuajado de estrellas, parados en la tierra, rodeados por otros entes como nosotros, con una historia a nuestras espaldas y con un futuro por delante. Ahora tenemos que preguntarnos (y la pregunta es para nosotros, puesto que no hay alguien más): ¿Quién soy? ¿Qué soy? Esto es lo que Zaratustra hizo en la montaña. Pensó, meditó y contempló durante diez largos años y ahora sabe lo que es el hombre. Ahora le trae a la humanidad el mensaje de lo que aprendió. Así, Zaratustra llega a un pueblo que se halla en la orilla del bosque, se acerca a la plaza del mercado y ve a la gente reunida. Siquiera sabían que él venía. Están ahí para ver a un equilibrista que camina por la cuerda floja, pero como el actor aún no aparece, Zaratustra aprovecha la ocasión y les habla.
     Lo primero que dice a quienes están en aquella plaza del mercado —y a través de ellos, a toda la humanidad— es lo siguiente: «Les enseño a ustedes acerca del sobrehombre. El hombre es algo que ha de ser superado. —Entonces pregunta—: ¿Qué han hecho ustedes para superarlo? », Con lo cual quiere decir: ¿Qué han hecho ustedes para superarse a sí mismos? Mediante las palabras que Zaratustra dice en este prólogo, Nietzsche destaca que la evolución jamás se detiene.

     Así como los monos crearon a los humanos, de igual manera, en un salto aún más atrevido y glorioso, nosotros debemos ahora crear un nuevo tipo de ente. Eso lo llevamos a cabo al superarnos y Nietzsche prosigue señalando que eso empezamos a realizarlo en tanto que aprendemos a desdeñarnos, a sentirnos insatisfechos y descontentos con nosotros mismos. Sólo cuando comenzamos a mirarnos con desdén podemos empezar a alzarnos por encima de nosotros y ser más elevados, grandes y nobles de lo que éramos. Hay que enfatizar que el sobrehombre de Nietzsche no es el producto de la evolución de un modo que se asemeje en absoluto a las líneas que traza Darwin. Para Nietzsche el sobrehombre no se produce de forma automática, como resultado del funcionamiento ciego general del proceso evolutivo. Nietzsche distingue tajantemente entre lo que denomina el Último Hombre y el sobrehombre mismo. Este último hombre no es más que el reciente de los productos humanos del proceso evolutivo colectivo en general, pero no un tipo de un orden supremo. En cambio, el sobrehombre será el producto de lo que el individuo (hombre o mujer), haga por alzarse e, incluso, que trascienda por encima de sí mismo. Es debido a la distinción que Nietzsche hace entre el último hombre y el sobrehombre que puede disociarse de las ideas superficiales del siglo XIX las cuales hablaban del progreso humano como un desarrollo social colectivo continuo.

     Nietzsche no siempre es muy explícito en este aspecto pero parece afirmar que en tanto que la evolución darwiniana es colectiva, esta otra evolución más elevada (como yo la denomino, a la evolución de conciencia) es individual. Él tiene una visión dramática de la humanidad, como una cuerda o un puente que se tiende sobre un abismo, entre la bestia que hay en un extremo y el sobrehombre en el otro. Dicho de otra forma, dice que hay un elemento de riesgo que viene junto con el hecho de ser auténticamente humano. Representa a los humanos como algo que está en transición y no tanto un extremo fijo.
     Para Nietzsche el punto crucial, la vertiente de este proceso, no ocurre entre el animal y el hombre sino entre el hombre que es todavía un animal y el hombre que es auténticamente humano. Es una distinción tajante. Lo cierto es que las perspectivas de Nietzsche acerca de lo que constituye la humanidad son bastante radicales y demandantes para que cualquier humano las apruebe. De hecho, lo que dice es que la mayoría de los seres humanos no son humanos en absoluto, sino animales. Por lo tanto, la forma en que Nietzsche define a la humanidad es estricta y estrecha; es evidente que su definición no nos agrada mucho a los seres humanos promedio. A nadie le gusta oír que todavía no ha alcanzado la calidad de ser humano.

     Así sucede cuando Zaratustra les habla del sobrehombre a las personas que están en el mercado, éstas se ríen de él y se interesan más en el equilibrista. Para Nietzsche la categoría del humano genuino, el plano humano propiamente dicho, sólo incluye a filósofos, artistas, etcétera. Incluso sostiene —implícitamente—, que el sobrehombre es superior a cualquiera de ellos. Kaufmann, al exponer a Nietzsche, dice que «Él sostiene en efecto, que el golfo que separa a Platón del hombre promedio es mucho mayor que la grieta que hay entre el hombre promedio y un chimpancé».

Semejanzas entre Nietzsche y el Budismo

     Existen algunas semejanzas y aproximaciones generales entre el pensar de Nietzsche y el budismo: El sobrehombre y la Budeidad; el concepto del sobrehombre apunta en la misma dirección general que la Budeidad o del estado de Iluminación, a pesar de que hay muy poco de contenido positivo en el concepto de Nietzsche. Ahora esto no es sorprendente si se toma en cuenta que el sobrehombre de Nietzsche es el producto de su pensamiento. Es la creación de un intelecto brillante, que penetra hasta el punto del genio intuitivo pero que no por eso deja de ser intuición intelectual y no el producto de una realización trascendental —suponiendo que sea posible—, el concepto del sobrehombre no iguala al del Tathagata —en cuanto a trascendencia—, es decir; el de una humanidad iluminada. Nietzsche sabía algo acerca del budismo empero, en su tiempo había muy pocos textos budistas traducidos y no conocía lo suficiente como para llegar a un juicio equilibrado al respecto. (Lo veía como una noble aceptación al nihilismo).

     La cuerda de Nietzsche (la cual se extiende sobre ese abismo entre la bestia y el sobrehombre), corresponde por lo tanto —de un modo muy general—, al sendero budista. Puesto que, para el budismo, ese sendero somos nosotros mismos; los humanos no somos entidades estáticas sino entes que evolucionan y se desarrollan. De acuerdo con el budismo —igual que con Nietzsche—, andamos por este sendero conquistándonos de manera continua y elevándonos a niveles cada vez más altos. Siendo un tanto osado podría incluso decir que la Voluntad de Poder corresponde —de una forma muy genérica—, a la Voluntad hacia la Iluminación (el Bodhicitta). Las dos son voliciones poderosas. Las dos formas son activas. Ambas tienen que ver no sólo con pensar en el ideal realizable más supremo sino también con lograrlo en efecto. Uno es el ideal del sobrehombre mientras que el otro, es el ideal de la Budeidad; la suprema iluminación por el beneficio de todos los entes. El logro de ambos ideales requiere la conquista de nuestras más primitivas identidades, de nuestro ego más inferior, de nuestros valores más ínfimos y nuestras ideas más básicas de cualquier índole. 
     Nietzsche es brillante en diagnóstico y pobre en prescripción. Nietzsche sólo trae a tema la necesidad de estar a disgusto con lo que somos y de conquistarnos para crear al sobrehombre. Esto con una claridad cegadora que rebasa a la de cualquier otro filósofo o pensador occidental, empero falla al no indicarnos cómo hacerlo. Dice supérate pero no nos da una idea de cómo hacerlo. No hay instrucciones prácticas. Nos quedamos con la exhortación vacía. El budismo —como una tradición espiritual antigua—, tiene muchos específicos métodos; ejercicios y prácticas para la propia superación y el logro de su meta.
     Partiendo de estos supuestos, parece bien fundada la sospecha que se tiene sobre Nietzsche y su particular relación —o interés— con el pensamiento budista. No resulta casual que Nietzsche, basado, particularmente, en la decisiva obra de Schopenhauer pero también en la lectura de las obras de Müller y Olderberg, establezca paralelismos entre la evolución histórica y gnoseológica del budismo (siguiendo fundamentalmente lo consignado por la corriente theravada frente a otras tradiciones tardías de naturaleza más mitológica cercanas al mahayana), y la religión cristiana como una religión de la compasión y del resentimiento. Siendo así, el subsuelo de la episteme budista, más allá de vastas utopías y ensoñaciones, Nietzsche advierte una suerte de nihilismo pasivo que contraviene los efectos saludables derivados de la impugnación de los códigos morales imperantes en la cultura occidental. Es por ello que Nietzsche no deja de ver en el budismo (y su posible extensión en el territorio europeo) una variante avanzada de cansancio y de renuncia vital que amenaza con intensificar la decadencia impulsada por el cristianismo en tanto praxis esencial de todo nihilismo.

Voluntad de Poder

     Nietzsche distingue tres categorías. La primera consiste en el reino animal, que comprende a la mayoría de los seres humanos; podríamos decir que son seres humanos honorarios, la segunda consiste en el reino humano propiamente dicho y la tercera es la categoría del sobrehombre. Asimismo, Nietzsche habla de lo que llama hombre preliminar, que al parecer es un estado intermedio entre el plano humano y el del hombre superado, es decir, hablamos de aquellos quienes tienden a buscar en todo los aspectos de sí mismos que deben superar. Sin embargo, él no es muy claro en cuanto a lo que los diferencia de la ya estrecha categoría en la que entran los humanos genuinos; si el sobrehombre es el ideal de Nietzsche, el humano auténtico parece ser el que aspira a serlo y que se ocupa del proceso de superación, como hacen los artistas, los filósofos, etcétera.
     Para superarse, se requiere dar forma al carácter. Con esto, Nietzsche quiere decir que uno no se acepta a sí mismo como ya hecho, él se queja de que el carácter de la mayoría de las personas no tiene una forma particular, es similar a que fuesen el producto en serie de una fábrica o, peor, la materia prima a partir de la cual se pudiera dar forma un verdadero individuo.

     Por lo general pensamos en nuestro carácter, temperamento y nuestras características o cualidades personales como una serie de dones, nos imaginamos que estamos hechos como somos para toda la vida; si tenemos la tendencia a enojarnos con facilidad es que así somos, es nuestro modo de ser, si somos sensibles o tímidos pues es que así nos hicieron, pensamos que, en principio, no es diferente a ser alto o bajo de estatura; pero según Nietzsche es posible que hayamos pasado por toda una línea de producción, que consiste en la herencia genética y la influencia parental, más los condicionamientos sociales y educativos en general. No obstante Nietzsche dice, aún queda un largo tramo por atravesar, no somos un producto terminado. En efecto, Nietzsche dice que debemos trabajar en nosotros mismos, crearnos a partir de las condiciones en que nos encontremos, igual que un alfarero crea una bella pieza partiendo de un montón de barro. Así como es posible tomar una pesada masa, hundirle los dedos y empezar a darle forma. Si se comienza por ser honesto consigo mismo y se admite que se está más o menos sin terminar como ser humano, se podrá por lo tanto entregar a la labor de moldear esa masa desaliñada e informe para hacer algo mejor. De acuerdo con el modo en que Nietzsche entendía la naturaleza de la existencia, la vida (no sólo la humana sino cualquier vida) es algo que siempre debe tender a su propia superación. Nunca ha de estar satisfecha de sí misma; continuamente, en cada una de sus etapas, debe ir más allá de sí misma. La vida es un proceso de auto-trascendencia.
     A este impulso innato es a lo que Nietzsche llama Voluntad de Poder. Es un término que incluyó comparativamente tarde en sus textos y, al igual que el de sobrehombre, ha sido muy mal entendido y malinterpretado —con la suposición de que conllevaba dudosas resonancias políticas e incluso militares—. Sin embargo, con Poder, Nietzsche no se refiere a algo material en absoluto, lo cierto es que no está hablando de política. La Voluntad de  Poder es la que busca un modo de ser más abundante, noble y sublime; una vida cualitativa y potencialmente diferente. En particular, es la voluntad por realizar al hombre superado. Nietzsche enfatiza que este grado superior del ser es alcanzable sólo en la medida en que se vaya dejando atrás el grado inferior del ser, que se niegue y se destruya. Esto nos lleva a un aspecto vital de la Voluntad de Poder, así como al enfoque general de Nietzsche, la cual implica una iconoclasia incondicional. Nietzsche contempló valores comúnmente aceptados, ideas generalmente sostenidas acerca del bien y del mal y exhortó de un modo categórico y perentorio a erradicarlas porque eran basura, de otra manera, señalaba, no puede conseguirse la existencia del sobrehombre.

     De forma que Nietzsche es abiertamente despiadado e inflexible cuando condena al hombre promedio y sus requisitos subhumanos. Estamos acostumbrados a pensar en los profetas hebreos, Amos, Jeremías e Isaías II, por ejemplo, como bastante terribles cuando se dedican a fulminar la vanidad del hombre, pero parecen dóciles si se les compara con Nietzsche. Él se inclina por hacer estallar —así lo dice— las viejas tablas de la ley, no tiene tiempo en absoluto para toda la civilización y cultura modernas; casi seguro que Nietzsche es el más devastador critico que haya producido la raza humana (en el más completo y literal sentido de la palabra devastador). Denuncia amplia y totalmente a los seres humanos como los conocemos, con todas sus obras y sus maneras, sencillamente afirma que éstas deben dejarse, no por mera negatividad personal sino porque son un estorbo. Deben trascenderse y dejar la vía libre para el sobrehombre.
     Con la vista puesta en estos procesos, Nietzsche observa signos de progresiva recesión en la pujanza espiritual del hombre que desemboca en la desesperante evidencia de un omnipresente instinto de nada en las estructuras profundas de la cultura occidental. Desde la trascendente transfiguración teológica exaltada en el corazón del cristianismo, un aroma de ascetismo como remedium contra la vida, un horizonte moral que desacredita todo vínculo salutífero con el mundo anida en el sistema europeo de aspiraciones humanas, dando lugar a un modelo humano decadente que rehúye de toda voluntad fuerte y afirmativa.

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