Filosofía,
Friedrich Nietzsche: El Übermensch
El término que utiliza Nietzsche es Übermensch, que literalmente no significa superhombre sino superior al hombre. Podría incluso decir que significa muy por encima del hombre. El Übermensch es el hombre que destaca muy por encima de los seres humanos tal como existen en el presente, los trasciende. Asimismo, podría decir que es el hombre trascendente. En otras palabras, el superhombre de Nietzsche no es sólo una evidente humanidad actual, una humanidad cotidiana en un grado superlativo sino, por el contrario, se refiere a un tipo de humanidad completamente distinto: una humanidad superior. La palabra superhombre ha quedado grabada en la memoria contemporánea como la traducción aceptada del Übermensch de Nietzsche, esto se debe a que ha prevalecido en el mundo de habla inglesa como la expresión cultural más prominente del concepto de Nietzsche, esto se debe a la obra de George Bernard Shaw, El hombre y el superhombre.
Infortunadamente tras la muerte de Nietzsche, su filosofía se tergiverso y se degradó de un modo banal en la comprensión popular. Ante todo, se envileció en manos de su hermana y, después, en manos de aquellos que intentaron relacionar las ideas de Nietzsche con la ideología nazi. Ha sido en los años recientes cuando se ha rescatado el pensamiento de Nietzsche, liberándolo de las malas interpretaciones para, por fin, interpretarlo con más exactitud, lo cual ha logrado con exactitud el escritor Walter Kaufmann. Por lo tanto, para comenzar a disfrutar la gran obra de Nietzsche, es debido analizar la forma en como presenta su material —que como lo sugiere el título Así hablo Zaratustra—, es bastante individual. El Zaratustra de Nietzsche es literario, es tan sólo el portavoz de las ideas del propio Nietzsche. Empero, lo que los dos Zaratustras tienen en común es que aportan un mensaje a la humanidad. La primera sección del libro, Prólogo de Zaratustra, lo representa descendiendo de una montaña —por supuesto, esto es simbólico y ésa es la intención—. Zaratustra ha estado en la montaña durante diez años, pensando y meditando, ahora su sabiduría ya maduró y desea compartirla con los humanos.
En su descenso lo reconoce un santo ermitaño que ha vivido mucho tiempo en el bosque al pie de la montaña, el cual recuerda haberlo visto hace tiempo, cuando subió. El ermitaño trata de persuadir a Zaratustra para que no deje la montaña: «La gente es muy ingrata y distraída. No malgastes tu tiempo con las personas. Es mejor ser un ermitaño, vivir en la selva con las aves y las bestias, olvidarse del mundo de los hombres y sencillamente venerar a Dios». Sin embargo, Zaratustra deja al ermitaño y sus oraciones en el bosque y conforme continúa con su camino se pregunta: «¿Será posible que ese viejo santo en la espesura de la montaña no haya escuchado aún, que Dios ha muerto?».
La contundente observación de que Dios ha muerto constituye una de las percepciones más importantes de Nietzsche y se ha repetido a lo largo del siglo XX —y seguirá en el siglo XXI—, dando lugar a todo un movimiento de pensamiento moderno y teológico que promulga la muerte de Dios. Nietzsche fue el primero en observar la ausencia de Dios; ya no estaba más allá arriba, en los cielos. De hecho, observo con claridad algo que desde entonces muchos han llegado a notar —aun así, habrá quienes declaren sin embargo, que él está totalmente equivocado—.
Lo que Nietzsche observo fue que la enseñanza del cristianismo ortodoxo, con su creencia en un Dios personal, un ser supremo, un creador, junto con las doctrinas del pecado y la fe, la justificación, la expiación y la resurrección habían muerto, caducado; eran ya irrelevantes. Su declaración anunciaba el inicio de lo que algunos identificarían como una era post-cristiana. Si Dios había muerto, el concepto cristiano del hombre también había muerto. El concepto del hombre como un ser que ha caído, un ser que por desobediente y pecaminoso necesita de la gracia para redimirse. Un ser que ha de ser juzgado y, quizá, castigado. Ese concepto nimio ya no es relevante. Han explotado los viejos dogmas. De modo que hace falta un nuevo concepto de quiénes y qué somos los seres humanos. Si nos encontramos en un universo sin Dios, estamos solos. Por lo mismo, tenemos que tratar de entendernos nuevamente. Ya no podemos aceptar respuestas preparadas. Nos encontramos aquí y ahora, en medio de un universo cuajado de estrellas, parados en la tierra, rodeados por otros entes como nosotros, con una historia a nuestras espaldas y con un futuro por delante. Ahora tenemos que preguntarnos (y la pregunta es para nosotros, puesto que no hay alguien más): ¿Quién soy? ¿Qué soy? Esto es lo que Zaratustra hizo en la montaña. Pensó, meditó y contempló durante diez largos años y ahora sabe lo que es el hombre. Ahora le trae a la humanidad el mensaje de lo que aprendió. Así, Zaratustra llega a un pueblo que se halla en la orilla del bosque, se acerca a la plaza del mercado y ve a la gente reunida. Siquiera sabían que él venía. Están ahí para ver a un equilibrista que camina por la cuerda floja, pero como el actor aún no aparece, Zaratustra aprovecha la ocasión y les habla.
Lo primero que dice a quienes están en aquella plaza del mercado —y a través de ellos, a toda la humanidad— es lo siguiente: «Les enseño a ustedes acerca del sobrehombre. El hombre es algo que ha de ser superado. —Entonces pregunta—: ¿Qué han hecho ustedes para superarlo? », Con lo cual quiere decir: ¿Qué han hecho ustedes para superarse a sí mismos? Mediante las palabras que Zaratustra dice en este prólogo, Nietzsche destaca que la evolución jamás se detiene.
Así como los monos crearon a los humanos, de igual manera, en un salto aún más atrevido y glorioso, nosotros debemos ahora crear un nuevo tipo de ente. Eso lo llevamos a cabo al superarnos y Nietzsche prosigue señalando que eso empezamos a realizarlo en tanto que aprendemos a desdeñarnos, a sentirnos insatisfechos y descontentos con nosotros mismos. Sólo cuando comenzamos a mirarnos con desdén podemos empezar a alzarnos por encima de nosotros y ser más elevados, grandes y nobles de lo que éramos. Hay que enfatizar que el sobrehombre de Nietzsche no es el producto de la evolución de un modo que se asemeje en absoluto a las líneas que traza Darwin. Para Nietzsche el sobrehombre no se produce de forma automática, como resultado del funcionamiento ciego general del proceso evolutivo. Nietzsche distingue tajantemente entre lo que denomina el Último Hombre y el sobrehombre mismo. Este último hombre no es más que el reciente de los productos humanos del proceso evolutivo colectivo en general, pero no un tipo de un orden supremo. En cambio, el sobrehombre será el producto de lo que el individuo (hombre o mujer), haga por alzarse e, incluso, que trascienda por encima de sí mismo. Es debido a la distinción que Nietzsche hace entre el último hombre y el sobrehombre que puede disociarse de las ideas superficiales del siglo XIX las cuales hablaban del progreso humano como un desarrollo social colectivo continuo.
Nietzsche no siempre es muy explícito en este aspecto pero parece afirmar que en tanto que la evolución darwiniana es colectiva, esta otra evolución más elevada (como yo la denomino, a la evolución de conciencia) es individual. Él tiene una visión dramática de la humanidad, como una cuerda o un puente que se tiende sobre un abismo, entre la bestia que hay en un extremo y el sobrehombre en el otro. Dicho de otra forma, dice que hay un elemento de riesgo que viene junto con el hecho de ser auténticamente humano. Representa a los humanos como algo que está en transición y no tanto un extremo fijo.
Para Nietzsche el punto crucial, la vertiente de este proceso, no ocurre entre el animal y el hombre sino entre el hombre que es todavía un animal y el hombre que es auténticamente humano. Es una distinción tajante. Lo cierto es que las perspectivas de Nietzsche acerca de lo que constituye la humanidad son bastante radicales y demandantes para que cualquier humano las apruebe. De hecho, lo que dice es que la mayoría de los seres humanos no son humanos en absoluto, sino animales. Por lo tanto, la forma en que Nietzsche define a la humanidad es estricta y estrecha; es evidente que su definición no nos agrada mucho a los seres humanos promedio. A nadie le gusta oír que todavía no ha alcanzado la calidad de ser humano.
Así sucede cuando Zaratustra les habla del sobrehombre a las personas que están en el mercado, éstas se ríen de él y se interesan más en el equilibrista. Para Nietzsche la categoría del humano genuino, el plano humano propiamente dicho, sólo incluye a filósofos, artistas, etcétera. Incluso sostiene —implícitamente—, que el sobrehombre es superior a cualquiera de ellos. Kaufmann, al exponer a Nietzsche, dice que «Él sostiene en efecto, que el golfo que separa a Platón del hombre promedio es mucho mayor que la grieta que hay entre el hombre promedio y un chimpancé».
Semejanzas entre Nietzsche y el Budismo
Existen algunas semejanzas y aproximaciones generales entre el pensar de Nietzsche y el budismo: El sobrehombre y la Budeidad; el concepto del sobrehombre apunta en la misma dirección general que la Budeidad o del estado de Iluminación, a pesar de que hay muy poco de contenido positivo en el concepto de Nietzsche. Ahora esto no es sorprendente si se toma en cuenta que el sobrehombre de Nietzsche es el producto de su pensamiento. Es la creación de un intelecto brillante, que penetra hasta el punto del genio intuitivo pero que no por eso deja de ser intuición intelectual y no el producto de una realización trascendental —suponiendo que sea posible—, el concepto del sobrehombre no iguala al del Tathagata —en cuanto a trascendencia—, es decir; el de una humanidad iluminada. Nietzsche sabía algo acerca del budismo empero, en su tiempo había muy pocos textos budistas traducidos y no conocía lo suficiente como para llegar a un juicio equilibrado al respecto. (Lo veía como una noble aceptación al nihilismo).
La cuerda de Nietzsche (la cual se extiende sobre ese abismo entre la bestia y el sobrehombre), corresponde por lo tanto —de un modo muy general—, al sendero budista. Puesto que, para el budismo, ese sendero somos nosotros mismos; los humanos no somos entidades estáticas sino entes que evolucionan y se desarrollan. De acuerdo con el budismo —igual que con Nietzsche—, andamos por este sendero conquistándonos de manera continua y elevándonos a niveles cada vez más altos. Siendo un tanto osado podría incluso decir que la Voluntad de Poder corresponde —de una forma muy genérica—, a la Voluntad hacia la Iluminación (el Bodhicitta). Las dos son voliciones poderosas. Las dos formas son activas. Ambas tienen que ver no sólo con pensar en el ideal realizable más supremo sino también con lograrlo en efecto. Uno es el ideal del sobrehombre mientras que el otro, es el ideal de la Budeidad; la suprema iluminación por el beneficio de todos los entes. El logro de ambos ideales requiere la conquista de nuestras más primitivas identidades, de nuestro ego más inferior, de nuestros valores más ínfimos y nuestras ideas más básicas de cualquier índole.
Nietzsche es brillante en diagnóstico y pobre en prescripción. Nietzsche sólo trae a tema la necesidad de estar a disgusto con lo que somos y de conquistarnos para crear al sobrehombre. Esto con una claridad cegadora que rebasa a la de cualquier otro filósofo o pensador occidental, empero falla al no indicarnos cómo hacerlo. Dice supérate pero no nos da una idea de cómo hacerlo. No hay instrucciones prácticas. Nos quedamos con la exhortación vacía. El budismo —como una tradición espiritual antigua—, tiene muchos específicos métodos; ejercicios y prácticas para la propia superación y el logro de su meta.
Partiendo de estos supuestos, parece bien fundada la sospecha que se tiene sobre Nietzsche y su particular relación —o interés— con el pensamiento budista. No resulta casual que Nietzsche, basado, particularmente, en la decisiva obra de Schopenhauer pero también en la lectura de las obras de Müller y Olderberg, establezca paralelismos entre la evolución histórica y gnoseológica del budismo (siguiendo fundamentalmente lo consignado por la corriente theravada frente a otras tradiciones tardías de naturaleza más mitológica cercanas al mahayana), y la religión cristiana como una religión de la compasión y del resentimiento. Siendo así, el subsuelo de la episteme budista, más allá de vastas utopías y ensoñaciones, Nietzsche advierte una suerte de nihilismo pasivo que contraviene los efectos saludables derivados de la impugnación de los códigos morales imperantes en la cultura occidental. Es por ello que Nietzsche no deja de ver en el budismo (y su posible extensión en el territorio europeo) una variante avanzada de cansancio y de renuncia vital que amenaza con intensificar la decadencia impulsada por el cristianismo en tanto praxis esencial de todo nihilismo.
Voluntad de Poder
Nietzsche distingue tres categorías. La primera consiste en el reino animal, que comprende a la mayoría de los seres humanos; podríamos decir que son seres humanos honorarios, la segunda consiste en el reino humano propiamente dicho y la tercera es la categoría del sobrehombre. Asimismo, Nietzsche habla de lo que llama hombre preliminar, que al parecer es un estado intermedio entre el plano humano y el del hombre superado, es decir, hablamos de aquellos quienes tienden a buscar en todo los aspectos de sí mismos que deben superar. Sin embargo, él no es muy claro en cuanto a lo que los diferencia de la ya estrecha categoría en la que entran los humanos genuinos; si el sobrehombre es el ideal de Nietzsche, el humano auténtico parece ser el que aspira a serlo y que se ocupa del proceso de superación, como hacen los artistas, los filósofos, etcétera.
Para superarse, se requiere dar forma al carácter. Con esto, Nietzsche quiere decir que uno no se acepta a sí mismo como ya hecho, él se queja de que el carácter de la mayoría de las personas no tiene una forma particular, es similar a que fuesen el producto en serie de una fábrica o, peor, la materia prima a partir de la cual se pudiera dar forma un verdadero individuo.
Por lo general pensamos en nuestro carácter, temperamento y nuestras características o cualidades personales como una serie de dones, nos imaginamos que estamos hechos como somos para toda la vida; si tenemos la tendencia a enojarnos con facilidad es que así somos, es nuestro modo de ser, si somos sensibles o tímidos pues es que así nos hicieron, pensamos que, en principio, no es diferente a ser alto o bajo de estatura; pero según Nietzsche es posible que hayamos pasado por toda una línea de producción, que consiste en la herencia genética y la influencia parental, más los condicionamientos sociales y educativos en general. No obstante Nietzsche dice, aún queda un largo tramo por atravesar, no somos un producto terminado. En efecto, Nietzsche dice que debemos trabajar en nosotros mismos, crearnos a partir de las condiciones en que nos encontremos, igual que un alfarero crea una bella pieza partiendo de un montón de barro. Así como es posible tomar una pesada masa, hundirle los dedos y empezar a darle forma. Si se comienza por ser honesto consigo mismo y se admite que se está más o menos sin terminar como ser humano, se podrá por lo tanto entregar a la labor de moldear esa masa desaliñada e informe para hacer algo mejor. De acuerdo con el modo en que Nietzsche entendía la naturaleza de la existencia, la vida (no sólo la humana sino cualquier vida) es algo que siempre debe tender a su propia superación. Nunca ha de estar satisfecha de sí misma; continuamente, en cada una de sus etapas, debe ir más allá de sí misma. La vida es un proceso de auto-trascendencia.
A este impulso innato es a lo que Nietzsche llama Voluntad de Poder. Es un término que incluyó comparativamente tarde en sus textos y, al igual que el de sobrehombre, ha sido muy mal entendido y malinterpretado —con la suposición de que conllevaba dudosas resonancias políticas e incluso militares—. Sin embargo, con Poder, Nietzsche no se refiere a algo material en absoluto, lo cierto es que no está hablando de política. La Voluntad de Poder es la que busca un modo de ser más abundante, noble y sublime; una vida cualitativa y potencialmente diferente. En particular, es la voluntad por realizar al hombre superado. Nietzsche enfatiza que este grado superior del ser es alcanzable sólo en la medida en que se vaya dejando atrás el grado inferior del ser, que se niegue y se destruya. Esto nos lleva a un aspecto vital de la Voluntad de Poder, así como al enfoque general de Nietzsche, la cual implica una iconoclasia incondicional. Nietzsche contempló valores comúnmente aceptados, ideas generalmente sostenidas acerca del bien y del mal y exhortó de un modo categórico y perentorio a erradicarlas porque eran basura, de otra manera, señalaba, no puede conseguirse la existencia del sobrehombre.
De forma que Nietzsche es abiertamente despiadado e inflexible cuando condena al hombre promedio y sus requisitos subhumanos. Estamos acostumbrados a pensar en los profetas hebreos, Amos, Jeremías e Isaías II, por ejemplo, como bastante terribles cuando se dedican a fulminar la vanidad del hombre, pero parecen dóciles si se les compara con Nietzsche. Él se inclina por hacer estallar —así lo dice— las viejas tablas de la ley, no tiene tiempo en absoluto para toda la civilización y cultura modernas; casi seguro que Nietzsche es el más devastador critico que haya producido la raza humana (en el más completo y literal sentido de la palabra devastador). Denuncia amplia y totalmente a los seres humanos como los conocemos, con todas sus obras y sus maneras, sencillamente afirma que éstas deben dejarse, no por mera negatividad personal sino porque son un estorbo. Deben trascenderse y dejar la vía libre para el sobrehombre.
Con la vista puesta en estos procesos, Nietzsche observa signos de progresiva recesión en la pujanza espiritual del hombre que desemboca en la desesperante evidencia de un omnipresente instinto de nada en las estructuras profundas de la cultura occidental. Desde la trascendente transfiguración teológica exaltada en el corazón del cristianismo, un aroma de ascetismo como remedium contra la vida, un horizonte moral que desacredita todo vínculo salutífero con el mundo anida en el sistema europeo de aspiraciones humanas, dando lugar a un modelo humano decadente que rehúye de toda voluntad fuerte y afirmativa.
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