Filosofía analítica,

Kripkenstein y el escepticismo (introducción)

septiembre 30, 2016 Uchutenshi 0 Comments



En sus Investigaciones filosóficas —parágrafo 201— Wittgenstein nos dice:

     «Nuestra paradoja era esta: una regla no podría determinar ningún curso de acción porque todo curso de acción puede hacerse concordar con la regla...»

     Por su parte, Kripke plantea el problema de seguir una regla en el contexto de la paradoja previamente citada. Por lo que Witt termina afirmando —según Kripke— un escepticismo moderado. Lo que supondría una nueva forma de escepticismo filosófico:

     «La "paradoja" es probablemente el mayor problema en Las Investigaciones filosóficas. Inclusive alguien que cuestionara las conclusiones referentes al lenguaje privado y la filosofía de la mente, las matemáticas y la lógica que Wittgenstein extrae de su problema, bien podría considerar el problema mismo como una importante contribución a la filosofía. Puede considerársele como una nueva forma de escepticismo filosófico.» [1]

    La premisa escéptica se plantea mediante dos postulados:

     1. No es posible disponer de algún método, hecho o estado mental directamente accesible que permita justificar las pautas correctamente.

    2. Cualquier empleo que hagamos de la proposición S en T, [2] se puede concordar con el uso de S en T. [3] No hay modo alguno de asegurar la consistencia de la función lingüística en determinado periodo.

    Donde "S" es el nombre de una sensación y "T" un tiempo dado.

    S→T
    T→S
    S↔T

    El escepticismo no es irrebatible, sino manifiestamente absurdo, cuando quiere dudar allí donde no puede preguntarse. Porque solo puede existir duda donde existe una pregunta y una pregunta solo donde existe una respuesta.

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NOTAS
[1] KRIPKE, Saul. «Wittgenstein: Reglas y lenguaje privado», p.17.

[2] WITTGENSTEIN, Ludwig. Investigaciones filosóficas, I, p. 202.

[3] KRIPKE, Saul. Wittgenstein: Reglas y lenguaje privado, pp. 11, 17 y 20.



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Pseudociencia,

Psicoanálisis, un timo

septiembre 30, 2016 Uchutenshi 0 Comments


El curioso caso de la adicción a las teorías y prácticas freudianas que sufría la mayoría de los psiquiatras, psicólogos y filósofos se ha terminado. Muchos de ellos ya han descubierto que el psicoanálisis como método de tratamiento simplemente no funciona y no es superior a la falta de tratamiento. Las teorías freudianas se han sometido a pruebas experimentales y se han encontrado muchas deficiencias; la gran mayoría de los estudios han dado resultados negativos y aquellos que han obtenido resultados positivos están sujetos a fuertes críticas. Se ha encontrado que las propias explicaciones de Freud sobre sus esfuerzos terapéuticos y la historia de su vida son poco fiables, poco seguras y carentes de verdad.

    Se está reconociendo cada vez más ampliamente que Freud hizo retroceder a la psicología y a la psiquiatría unos cincuenta años y evitó el desarrollo de teoría y métodos de tratamiento considerados científicos. Muy pocas veces en la historia de ciencia de un hombre, aclamado como un genio, ha hecho tanto daño a la disciplina en la que trabajó.

—Hans J. Eysenck

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Enlaces de utilidad sobre el tema:

http://www.funveca.org/revista/pedidos/product.php?id_product=428

http://www.ansiedadyvinculos.com.ar/porquefalla.htm

http://mail.fac.org.ar/pipermail/cardtran/2007-April/000907.html

http://www.lanacion.com.ar/738572-el-psicoanalisis-va-a-desaparecer-dice-mikkel-borch-jacobsen

https://goo.gl/rYTdZY



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Dostoyevski,

Los hermanos Karamasov

septiembre 30, 2016 Uchutenshi 0 Comments


Dios no les había dado hijos. Es decir, les dio uno que murió a edad temprana. Grigori adoraba a los niños y no se avergonzaba de demostrarlo. Cuando Adelaida Ivanovna huyó, Grigori recogió a Dmitri, que entonces tenía tres años, y durante un año lo cuidó como una madre, encargándose incluso de lavarlo y de peinarlo. Años después tomó a su cuidado a Iván y a Alexei, lo que le valió un bofetón, como he referido ya. Su propio hijo sólo le proporcionó la alegría de la espera durante el embarazo de Marta Ignatievna. Apenas vio al recién nacido, se sintió apenado y horrorizado, pues la criatura tenía seis dedos. Grigori guardó silencio hasta el día del bautizo. Para no decir nada, se fue al jardín, donde estuvo tres días cavando. Cuando llegó el momento del bautizo, algo había pasado por su imaginación. Entró en el pabellón donde se habían reunido el sacerdote, los invitados y Fiodor Pavlovitch, que era el padrino, y manifestó que en modo alguno debía bautizarse al niño. Lo dijo en voz baja, lentamente y mirando al sacerdote con expresión estúpida.

    —¿Por qué? ‑preguntó el religioso, entre asombrado y divertido.

    —Porque... es un dragón —balbuceó Grigori.

    —¿Cómo un dragón?

    Grigori estuvo unos momentos callado.

    —La naturaleza ha sufrido una confusión —murmuró vagamente pero con acento firme, para demostrar que no quería extenderse en explicaciones.

    Hubo risas y, naturalmente, el niño fue bautizado. Grigori oró con fervor junto a la pila bautismal, pero mantuvo su opinión acerca del recién nacido. Aunque no se opuso a nada, durante las dos semanas que vivió la enfermiza criatura, él apenas la miró: afectaba no verla y estaba siempre fuera de la casa. Pero cuando el niño murió a consecuencia de un afta, él mismo lo colocó en el ataúd y lo contempló con profunda angustia. Luego, cuando la fosa volvió a quedar llena de tierra, se arrodilló y se inclinó hasta el suelo. Jamás volvió a hablar del difunto, y Marta Ignatievna sólo lo nombraba cuando su marido estaba ausente.

    La mujer observó que, tras la muerte del niño, Grigori se interesaba por las cosas divinas. Leía Las argucias con frecuencia, solo y en silencio, después de ponerse sus grandes gafas de plata. Raras veces, en la Cuaresma a lo sumo, leía en voz alta. Tenía predilección por el libro de Job. Se procuró una recopilación de las homilías y los sermones del santo padre Isaac el Sirio y los leyó obstinadamente durante varios años. No logró comprenderlos, pero seguramente por esta razón los admiraba más. Últimamente prestó oído a la doctrina de los Kblysty y se informó a fondo sobre ella preguntando al vecindario. Le impresionó profundamente, pero no se decidió a adoptar la nueva fe. Como es natural, todas estas lecturas piadosas aumentaban la gravedad de su fisonomía.

    Tal vez era un hombre inclinado al misticismo. Como hecho expresamente, la llegada al mundo y la muerte de su hijo de seis dedos coincidieron con otro hecho sobremanera insólito a inesperado que dejó en él «un recuerdo imborrable», según su propia expresión. La noche que siguió al entierro del niño, Marta Ignatievna se despertó y creyó oír el llanto de un recién nacido. Tuvo miedo y despertó a su marido. Grigori prestó atención y dijo que más bien parecían «gemidos de mujer». Se levantó y se vistió. Era una tibia noche de mayo. Salió al pórtico y advirtió que los gemidos llegaban del jardín. Pero por la noche el jardín estaba cerrado con llave por el lado del patio y sólo se podía entrar en él por allí, ya que estaba rodeado por una alta y sólida empalizada. Grigori volvió a la casa, encendió una linterna, cogió la llave y, sin hacer caso del terror histérico de su mujer, seguro de que su hijo le llamaba, pasó en silencio al jardín. Una vez allí se dio cuenta de que los lamentos partían del invernadero que había no lejos de la entrada. Abrió la puerta y quedó atónito ante el espectáculo que se ofrecía a su vista: una idiota del pueblo que vagaba por las calles y a la que todo el mundo conocía por el sobrenombre de Isabel Smerdiachtchaia acababa de dar a luz en el invernadero y se moría al lado de su hijo. La mujer no dijo nada, por la sencilla razón de que no sabía hablar... Pero todo esto requiere una explicación.

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Fiódor Dostoyevski, Los hermanos Karamazov: Primera Parte: Libro III



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Literatura

El secreto de los heterónimos, Bernanrdo Soares

septiembre 30, 2016 Uchutenshi 0 Comments



—Toda buena conversación debe ser un monólogo de dos… Debemos, al final, no poder tener la seguridad de si hemos conversado realmente con alguien o si hemos imaginado totalmente la conversación… Las mejores y más íntimas conversaciones, y sobre todo las menos moralmente instintivas, son aquellas que los novelistas mantienen entre dos personajes de sus novelas… Por ejemplo…

—¡Por el amor de Dios! Seguro que no iba a citarme un ejemplo… Eso sólo se hace en las gramáticas; no sé si recuerda que hasta nunca los leemos.

—¿Ha leído alguna vez una gramática?

—Yo, nunca. Siempre he tenido una aversión profunda a saber cómo se dicen las cosas… Mi única simpatía, en las gramáticas, era para las excepciones y para los pleonasmos… Escapar a las reglas y decir cosas inútiles resume bien la actitud esencialmente moderna. ¿No es así como se dice?

—Absolutamente… Lo más antipático que hay en las gramáticas (¿ya se ha fijado en la deliciosa imposibilidad de que estemos hablando de este asunto?), lo más antipático que hay en las gramáticas es el verbo, los verbos… Son las palabras que dan sentido a las frases… Una frase decente debe poder tener siempre varios sentidos… ¡Los verbos! Un amigo mío que se suicidó —cada vez que mantengo una conversación un poco larga suicido a un amigo— había tratado de dedicar toda su vida a destruir los verbos…

—¿Por qué se suicidó?

—Espere, todavía no lo sé… Pretendía descubrir y fijar la manera de no completar las frases sin parecer hacerlo. Solía decirme que buscaba el microbio de la significación… Se suicidó, claro está, porque un día se dio cuenta de la responsabilidad enorme que iba a echarse encima. La importancia del problema acabó con su cerebro… Un revólver…

—Ah, no… Eso de ninguna manera… ¿No ve que no podía ser un revólver?… Un hombre de esos nunca se pega un tiro en la cabeza… Usted se entiende poco con los amigos que nunca ha tenido… Es un defecto grande, ¿sabe?… Mi mejor amiga: una chica deliciosa que yo he inventado.

—¿Se llevan bien?

—Hasta donde es posible… Pero esa chica, no se imagina…

Las dos criaturas que estaban a la mesa de té no mantuvieron con seguridad esta conversación. Pero estaban tan arregladas y bien vestidas que era una pena que no hablasen así…



Fotografía, «TWINS», por Veronika Bures.

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Uchutenshi

El debate es estéril y anecdótico

septiembre 30, 2016 Uchutenshi 0 Comments


Recuerdo con particular melancolía aquellas tardes cálidas de otoño; mientras contemplaba los árboles semidesnudos un vientecillo anodino golpeó mi rostro y lo comprendí, fue una revelación de buten:

    los debates son estériles, sea en la academia, el mejor café de la ciudad o el foro más respetable de la red social menos respetable. A causa de esta revelación sobrenatural comprendí el absurdo que significa el encuentro intelectual y la confrontación, la indubitable verdad detrás de estas lineas son el principal motivo que me llevan a no abordar los temas con la seriedad que esperan debería adoptar, a diferencia de los espíritus más rigurosos que celebran —con justificada razón— las publicaciones que invitan a la reflexión e, incluso a la catarsis, yo las encuentro anecdóticas. Confieso empero que, en extrañas ocasiones, me encuentro con algo digno de exultación.


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