La Caída, Albert Camus
diciembre 07, 2015
Uchutenshi
0 Comments
diciembre 07, 2015 Uchutenshi 0 Comments
El alcohol y las mujeres me procuraron, fuerza es confesarlo, el único consuelo del que yo era digno. Le confío este secreto, querido amigo, no tema hacer uso de él. Verá entonces cómo el verdadero libertinaje es liberador, porque no crea ninguna obligación. En el libertinaje uno no posee sino a su propia persona. Es, pues, la ocupación preferida de los grandes enamorados de sí mismos. El libertinaje es una selva virgen, sin futuro ni pasado y, sobre todo, sin promesas ni sanciones inmediatas. Los lugares en que se lo practica están separados del mundo; al entrar en ellos uno deja afuera el temor y la esperanza. La conversación no es allí obligatoria. Lo que uno va a buscar, puede obtenerse sin palabras y, a menudo, sin dinero. Ah, déjeme usted, se lo ruego, rendir un homenaje particular a aquellas mujeres desconocidas y olvidadas, que me ayudaron entonces. Aun hoy, con el recuerdo que guardo de ellas se mezcla algo que se parece al respeto.
En todo caso, hice uso sin medida de esta liberación. Hasta llegaron a verme en un hotel consagrado a lo que la gente llama pecado, viviendo simultáneamente con una prostituta madura y una joven de la mejor sociedad. Con la primera representaba el papel de caballero andante, y a la segunda la puse en condiciones de conocer algunas realidades. Desgraciadamente, la prostituta tenía un temperamento muy burgués; consintió por fin en escribir sus recuerdos para un periódico confesional, muy abierto a las ideas modernas. Por su parte, la muchacha se casó para satisfacer sus instintos desatados y dar un empleo a sus notables dotes. No estoy menos orgulloso de que en aquella época una corporación masculina, con demasiada frecuencia calumniada, me haya acogido como a un igual. Se lo diré al pasar: bien sabe usted que aun hombres muy inteligentes cifran su gloria en poder vaciar una botella más que su vecino. Por fin yo había podido encontrar la paz y la libertad en esa dichosa disipación. Pero así y todo hube de encontrar un obstáculo en mí mismo. Fue mi hígado y luego una fatiga tan terrible que todavía hoy no me ha abandonado. Uno juega a ser inmortal y, al cabo de algunas semanas, no sabe siquiera si podrá arrastrarse hasta el día siguiente.
La pesadilla de Stalin, Bertrand Russell
noviembre 03, 2015
Uchutenshi
0 Comments
noviembre 03, 2015 Uchutenshi 0 Comments
Stalin, tras copiosos tragos de vodka mezclado con pimienta roja, se había dormido en su silla. Molotov, Malenkov y Beria, poniéndose un dedo en los labios, alejaban a inoportunos criados, que podían interferir el reposo del gran hombre. Mientras lo velaban, Stalin tuvo un sueño, que consistió en lo que sigue:
La tercera guerra mundial había sido librada y perdida, y él se hallaba cautivo en manos de los aliados occidentales. Mas éstos, habiendo comprobado que el proceso de Núremberg provocó una reacción de simpatía hacia los nazis, decidieron en esta ocasión adoptar un plan diferente: Stalin fue puesto en manos de un comité de cuáqueros eminentes, los cuales pretendían que hasta él, por el solo poder del amor, podía ser conducido al arrepentimiento y a una vida de honrado ciudadano.
Se convino en que, hasta tanto el trabajo espiritual se hubiese completado, las ventanas de la habitación de Stalin deberían enrejarse, no fuese que sucumbiese a la tentación de un acto impremeditado, y desde luego le sería prohibido todo acceso de cuchillos, por temor a que pudiese, en un rapto de desesperación, atacar a los que estaban empeñados en su regeneración. Estaba confortablemente alojado en dos habitaciones de una vieja casa de campo, pero las puertas estaban cerradas, excepto una hora cada día, durante la cual salía para dar un breve paseo en compañía de cuatro atléticos cuáqueros. En este momento era requerido para admirar las bellezas de la naturaleza y deleitarse con el canto de la alondra. Durante el resto del día le estaba permitido leer y escribir, pero no podía leer literatura alguna considerada como inflamable. Se le proveía de la Biblia, El progreso del peregrino y La cabaña del tío Tom, y en ocasiones, y como obsequio especial, se le autorizaban las novelas de Charlotte M. Yonge. Tenía prohibido el tabaco, el alcohol y la pimienta roja. Podía tomar cacao a cualquier hora del día o de la noche, tanto más cuanto que sus guardianes eran proveedores de ese inocente brebaje. Con moderación, se le permitían el café y el té, pero no en tal cantidad u hora que pudiese perturbar una saludable noche de reposo.
Cada mañana y cada tarde, por espacio de una hora, los graves hombres a cuyo cuidado había sido confiado le explicaban los principios de la caridad cristiana y la felicidad que aún podía alcanzar si se aviniese a reconocer su sabiduría. La tarea de razonar con él correspondió especialmente a los tres hombres a quienes se consideró más sabios entre todos aquellos que confiaban en hacerle ver la luz. Éstos eran el señor Tobías Toogood, el señor Samuel Swete y el señor Wilbraham Weldon.
Stalin había conocido a estos hombres en los días de su esplendor. No mucho antes del estallido de la tercera guerra mundial se trasladaron a Moscú para interceder ante él y llevarle al convencimiento del error de sus métodos. Le hablaron de la benevolencia universal y del amor cristiano. Se habían expresado en términos inspirados sobre los goces de la mansedumbre, y habían tratado de persuadirle de que hay más felicidad en ser amado que en ser temido. Por un instante había escuchado, con una paciencia producida por el asombro, tras el cual exclamó, dirigiéndose a ellos con violencia:
—¿Qué conocen ustedes, caballeros, de las alegrías de la vida? ¡Qué poco conocen ustedes del enervante placer de dominar a una nación entera por el terror, sabiendo que casi todos desean tu muerte y ninguno es capaz de perpetrarla, y que tus enemigos de todo el mundo están embarcados en vanos intentos de adivinar tus pensamientos secretos, sabiendo que tu poder sobrevivirá al exterminio, no sólo de tus enemigos, sino, a la vez, de tus amigos! No, señores; el tipo de vida que me ofrecen no tiene atractivo para mí. Márchense y continúen su sórdida búsqueda del beneficio, adornada con pretensiones de piedad, pero déjenme con mi más heroico concepto de la vida.
Los cuáqueros, chasqueados momentáneamente, regresaron a sus hogares, dispuestos a esperar una oportunidad mejor. Caído ahora Stalin, y en su poder, confiaron en encontrarle más razonable ahora. Aunque parezca extraordinario, aquel se manifestó igualmente intratable. Ellos eran hombres que habían adquirido considerable experiencia en el trato de la delincuencia juvenil, desenmarañando los complejos de los jóvenes y llevándolos, por medio de la persuasión, a la creencia de que la honestidad es la mejor y más útil práctica.
—Señor Stalin —dijo el señor Tobías Toogood—, esperamos que ahora advierta usted la insensatez del camino a que estuvo adscrito hasta este momento. Pasaré por alto la ruina que ha atraído usted sobre el mundo, pues me manifestaría que esto le deja indiferente, mas considere lo que usted ha atraído sobre su propia vida. Ha caído usted desde su alta posición a la condición de humilde prisionero, debiendo la comodidad de que goza al hecho de que sus guardianes no aceptan sus principios. Los goces altivos de que nos habló en ocasión de nuestra visita, en los días de su grandeza, no puede ya procurárselos por más tiempo. Pero si usted consiguiese salvar la barrera del orgullo, si pudiera arrepentirse, si pudiera aprender a encontrar la felicidad de los demás, podría subsistir para usted algún móvil, alguna satisfacción tolerable durante el resto de sus días.
En este punto de la charla, Stalin se puso en pie de un salto y exclamó:
—El infierno le lleve, lacrimoso hipócrita. No entiendo nada de cuanto dice, excepto que ustedes están arriba y yo me encuentro en su poder, y han inventado un procedimiento para insultar mi infortunio, más aflictivo y humillante aún que cualquiera de los imaginados por mí durante las purgas.
—¡Oh, señor Stalin! —dijo el señor Swete—, ¿cómo puede usted ser tan injusto y desatento? ¿No es capaz de apreciar que no tenemos sino las más benévolas intenciones hacia usted? ¿No puede ver que deseamos salvar su alma, y que deploramos la violencia y el odio que usted promovió, tanto entre sus enemigos como entre sus amigos? No tenemos ningún deseo de humillarle, y si tan sólo pudiera usted apreciar la grandeza terrenal al nivel de lo que en verdad vale, vería usted que es una escapatoria a la humillación lo que le estamos ofreciendo.
—Realmente, esto es demasiado —dijo Stalin—. Cuando yo era niño, soportaba charlas semejantes en mi seminario de Georgia; pero ésta no es precisamente la clase de charlas que un adulto pueda oír con paciencia. Desearía creer en el infierno para poder deleitarme en el futuro con el placer de contemplar vuestra flaccidez desintegrándose entre ardientes llamas.
—¡Oh, por favor, mi querido señor Stalin! —dijo el señor Weldon—, le ruego que no se excite, pues es tan sólo en la serenidad donde podrá usted aprender a ver la sabiduría de lo que estamos tratando de evidenciarle.
Antes de que Stalin pudiese replicar, el señor Toogood intervino nuevamente:
—Doy por seguro, señor Stalin, que un hombre de su gran inteligencia no puede permanecer eternamente cegado a la verdad, pero en este momento está usted sobreexcitado y sugiero que una sedante taza de cacao podría convenirle más que el nocivo y enervante té que ha estado usted bebiendo.
Con esto, Stalin no pudo contenerse por más tiempo. Tomó la tetera y la arrojó contra la cabeza del señor Toogood. El abrasador líquido le chorreó por la cara, pero el señor Toogood se limitó a decir:
—Bueno, bueno, señor Stalin, esto no es un argumento.
En el paroxismo del furor, Stalin se despertó. El furor continuó obrando durante un momento, y halló salida hacia Molotov, Malenkov y Beria, que temblaron y se pusieron pálidos. Pero al despejarse los nublados del sueño, su ira se evaporó, y encontró satisfacción en un buen trago de vodka mezclado con pimienta roja.
La espiral
octubre 07, 2015
Uchutenshi
0 Comments
octubre 07, 2015 Uchutenshi 0 Comments
La mayoría de la gente se enferma por no saber decir lo que ve o lo que piensa. Dicen que no hay nada más difícil que definir con palabras una espiral: es preciso, dicen, hacer en el aire, con la mano, sin literatura, el gesto, ascendentemente enrollado en orden con que esa figura abstracta de los muelles o de ciertas escaleras se manifiesta a los ojos. Pero, siempre que nos acordemos de que decir es renovar, definiremos sin dificultad una espiral: es un círculo que sube sin conseguir cerrarse nunca.
La mayoría de la gente, lo sé bien, no osaría definir así porque supone que definir es decir lo que los demás quieren que se diga, y no lo que es preciso decir para definir. Lo diré mejor: una espiral es un círculo virtual que se desdobla subiendo sin realizarse nunca. Pero no, la definición es todavía abstracta. Buscaré lo concreto, y todo será visto: una espiral es una serpiente sin serpiente enroscada verticalmente en ninguna cosa.
Toda la literatura consiste en un esfuerzo por tornar real a la vida. Como todos saben, la vida es absolutamente irreal en su realidad directa: los campos, las ciudades, las ideas, son cosas absolutamente ficticias, hijas de nuestra compleja sensación de nosotros mismos. Son intransmisibles todas las impresiones, salvo si las convertimos en literarias. Los niños son muy literarios porque dicen como sienten y no como debe sentir quien siente según otra persona. Un niño, al que una vez oí, dijo queriendo decir que estaba al borde del llanto, no «tengo ganas de llorar», que es lo que diría un adulto, es decir, un estúpido, sino esto: «Tengo ganas de lágrimas». Y esta frase, absolutamente literaria, hasta el punto de que resultaría afectada en un poeta célebre, si él la pudiese decir, alude decididamente a la presencia caliente de las lágrimas rompiendo en los párpados, conscientes de la amargura líquida. «¡Tengo ganas de lágrimas!» Aquel niño pequeño definió bien su espiral.
¡Decir! ¡Saber decir! ¡Saber existir por medio de la voz escrita y la imagen intelectual! Todo esto es cuanto la vida vale: lo demás es hombres y mujeres, amores supuestos y vanidades falsas, subterfugios de la digestión y del olvido, gentes que se agitan, como bichos cuando se levanta una piedra, bajo el gran pedrusco abstracto del cielo azul sin sentido.
Fernando Pessoa
Ateo gracias a Dios, Luis Buñuel
agosto 10, 2015
Uchutenshi
0 Comments
agosto 10, 2015 Uchutenshi 0 Comments
Kitsch y Pasión. [Hannah Arendt y Martin Heidegger] Claudio Magris.
agosto 10, 2015
Uchutenshi
0 Comments
agosto 10, 2015 Uchutenshi 0 Comments
El dueño del canon
mayo 23, 2015
Uchutenshi
0 Comments
mayo 23, 2015 Uchutenshi 0 Comments
José Urriola
Celeritas
mayo 19, 2015
Uchutenshi
0 Comments
mayo 19, 2015 Uchutenshi 0 Comments
La naturaleza de la luz ha sido motivo de controversia durante siglos. Newton en su Óptica, propuso la hipótesis de que la luz estaba formada por partículas emitidas por los cuerpos luminosos. Es la conocida teoría corpuscular de la luz, que logro explicar algunas de sus propiedades, como la reflexión. Otras empero, como las interferencias y la polarización, no tenían cabida en el modelo. Estos fenómenos dieron origen a la teoría ondulatoria, creada por Agustin Fresnel y Thomas Young. Posteriormente, la teoría ondulatoria recibió un método matemático preciso por parte de Clerk Maxwell, quien probó que las ondas luminosas eran una forma de radiación electromagnética. Albert Einstein por su parte, demostró la necesidad de volver a una forma de teoría corpuscular, de naturaleza cuántica, para explicar el efecto fotoeléctrico. En la teoría de Einstein, los corpúsculos de Newton se convierten en cuantos individuales de energía llamados fotones. Actualmente la teoría electromagnética ondulatoria y la teoría cuántica de los fotones son necesarias para explicar todas las propiedades de la luz. Esta concepción, que supones una «dualidad onda-partícula», fue llamada complementariedad por Niels Bohr.
EL ESPECTRO VISIBLE
La prueba experimental de la existencia de las ondas electromagnéticas la dio en 1887 el físico alamán Heinrich Hertz. Como los distintos tipos de onda, las ondas electromagnéticas pueden caracterizarse por su longitud de onda. La luz consiste en aquellas ondas electromagnéticas a las que es sensible el ojo humano. El correspondiente intervalo de longitudes de onda es el espectro visible. Cuando una luz perteneciente al espectro visible incide sobre el ojo humano, se produce una sensación de color cuya naturaleza depende de la longitud de onda de la luz incidente.
El espectro visible abarca desde el rojo, con una longitud de onda máxima (unos 740 nanómetros), hasta el violeta, con una longitud de onda mínima (unos 425 nanómetros). Si bien los colores varían de un extremo al otro del espectro, es habitual dividir la región en siete colores, los conocidos colores espectrales. La mezcla de esos colores en la luz solar da origen a la luz blanca. Sobra recordar que el espectro visible es tan sólo una pequeña parte del espectro electromagnético total.
LA VELOCIDAD DE LA LUZ
La velocidad de la luz, representada por c, es la velocidad a la que se propagan ésta y otras radiaciones electromagnéticas. Su valor en el vacío es de 2,99792458 x 108 metros por segundo. La velocidad de la luz en el vacío es una constante física que o depende ni del movimiento de la fuente ni del movimiento del observador. Esta notable propiedad de la luz es un postulado básico de la teoría especial de la relatividad,
Es importante advertir que la velocidad de la luz en un medio material es menor que la velocidad de la luz en el vacío. Ello es consecuencia de la interacción entre la luz y los electrones del medio. En un determinado medio, la velocidad de la luz depende de su frecuencia; cuanto mayor es ésta, menor es aquélla. El cociente entre la velocidad de la luz en un medio y la velocidad de la luz en otro medio es el índice de refracción relativo, que se representa por n. El cociente entre la velocidad de la luz en el vacío y la velocidad de la luz en un medio material es el índice de refracción absoluto de dicho medio. Como la velocidad de la luz en un material depende de la frecuencia de la misma, también depende de ésta el índice de refracción absoluto.
Por lo tanto, para definir el índice de refracción absoluto es necesario especificar una cierta longitud de onda. Suele elegirse a tal efecto la luz amarilla de 589,93nm emitida en la transición de un electrón entre dos niveles de energía del átomo de sodio. Cuando no hay ambigüedad, en vez de «índice de refracción absoluto», se habla simplemente de «índice de refracción».
Un aspecto interesante de esto es que según la teoría de la relatividad, la velocidad de la luz en el vacío es la máxima velocidad alcanzable en el universo. No obstante, en un medio material es posible alcanzar velocidades que superan la velocidad de la luz en dicho medio. Cuando es más rápida que la velocidad de la luz en el medio por el que se mueve, una partícula eléctricamente cargada y muy energética emite radiación electromagnética —generalmente en forma de luz azul—. Esta radiación recibe el nombre de Radiación de Cherenkov en honor a su descubridor, el físico ruso Pável Alexéievich Cherenkov.
La serpiente que se muerde la cola
mayo 17, 2015
Uchutenshi
0 Comments
mayo 17, 2015 Uchutenshi 0 Comments
Amado Nervo
Un accidente absurdo
mayo 06, 2015
Uchutenshi
0 Comments
mayo 06, 2015 Uchutenshi 0 Comments
Graham Greene
—Siéntate, Jerome —dijo el señor Wordsworth—. ¿Cómo andan las cosas en trigonometría?
—Muy bien, señor.
—He recibido un llamado telefónico, Jerome. De tu tía. Me temo que hay malas noticias para ti.
—¿Sí, señor?
—Tu padre ha tenido un accidente.
—Oh…
El señor Wordsworth lo miró con cierta sorpresa:
—Un accidente serio.
—¿Sí, señor?
—¿Sabes que tu padre estaba en Nápoles?
—Sí, señor.
—Tu tía recibió un cable del hospital.
—Ah…
—Fue un accidente en la calle —dijo el señor Wordsworth, ya desesperado.
—¿Sí, señor?
—Me temo que tu padre resultó gravemente herido.
—Oh.
—Lo cierto es que murió ayer, Jerome. Sin sufrir.
—¿Le dispararon al corazón?
—¿Cómo? ¿Qué has dicho, Jerome?
—¿Le dispararon al corazón?
—Nadie le disparó, Jerome. Se le cayó un cerdo encima.
—Tu padre caminaba por una calle de Nápoles cuando un cerdo se le cayó encima. Un accidente absurdo. Parece que en los barrios pobres de Nápoles la gente cría cerdos en los balcones. Éste cayó del quinto piso. Había engordado demasiado. El balcón cedió. El cerdo cayó sobre tu padre. El señor Wordsworth se apartó del escritorio y se acercó a la ventana, volviendo la espalda a Jerome. La emoción lo estremeció ligeramente.
Por desgracia su tía no tenía sentido del humor. Sobre el piano había una fotografía ampliada de su padre: un hombre corpulento y triste, con un inapropiado traje oscuro, posaba en Capri con un paraguas (para protegerse del sol). Las rocas del Faraglione se veían al fondo. A los dieciséis años Jerome tenía clara conciencia de que el retrato se parecía más al autor de Sol y sombra y Paseo por las Baleares que a un agente del Servicio de Espionaje. Pero amaba el recuerdo de su padre: aún poseía un álbum lleno de tarjetas postales (mucho tiempo antes les había despegado las estampillas para su otra colección) y le apenaba que su tía se embarcara con extraños en el relato de la muerte de su padre.
«Un accidente absurdo», empezaba ella, y el extraño o extraña adquiría la expresión que corresponde a un oyente interesado o compungido. Ambas reacciones, desde luego, eran falsas, pero era terrible para Jerome comprobar que súbitamente, en mitad del vago palabreo de su tía, el interés del oyente se hacía genuino. «No me imagino cómo pueden permitirse cosas semejantes en un país civilizado —decía su tía—. Supongo que debemos considerar que Italia es civilizada… Desde luego, en el extranjero tiene uno que estar preparado para cualquier cosa. Mi hermano viajaba mucho. Siempre llevaba un filtro de agua consigo. Era mucho menos caro que comprar todas esas botellas de agua mineral. Mi hermano decía siempre que gracias a lo que el filtro le permitía ahorrar pagaba el vino de la cena. Ya se darán cuenta ustedes de que era un hombre muy cuidadoso. Pero ¿a quién podía ocurrírsele que, caminando por la Via Dottore Manuele Panucci rumbo al Museo Hidrográfico, se le caería un cerdo encima?» Ese era el momento en que el interés del oyente se hacía genuino.
El padre de Jerome no había sido un escritor muy importante, pero siempre parece llegar un momento, después de la muerte de un escritor, en que alguien cree que vale la pena escribir al suplemento literario del Times para anunciar la preparación de una biografía y solicitar cartas, documentos o anécdotas de amigos del muerto. Por lo general esas biografías nunca aparecen: quizá no sean más que una oscura forma de chantaje y muchos de esos biógrafos en potencia encuentren de ese modo el medio de terminar sus estudios en Kansas o Nottingham: Jerome era contador público y vivía lejos del mundo literario. No comprendía que pocas amenazas había de que apareciera un biógrafo e ignoraba que había pasado el período de peligro. A veces ensayaba formas de relatar la muerte de su padre reduciendo al mínimo los elementos cómicos (era inútil negarse a informar, porque en ese caso el biógrafo acudiría sin duda a su tía, que tenía muchos años pero no daba muestras de perder sus energías).
Jerome pensaba que sólo había dos soluciones: la primera consistía en aproximarse lentamente al accidente de modo que, cuando llegara el momento de describirlo, el oyente ya estuviera tan bien preparado que la muerte resultara casi un anticlímax. El peligro principal de provocar la risa era siempre la sorpresa. Cuando ensayaba este método, Jerome empezaba de manera bastante aburrida:
«¿Conoce usted esas altas casas de vecindad, en Nápoles? Alguien me dijo una vez que los napolitanos se sienten en su elemento en New York, así como la gente de Turín se siente en su elemento en Londres porque el río es muy semejante en ambas ciudades. Bueno… ¿dónde estaba yo? Ah, sí. En Nápoles, desde luego. Le sorprenderían las cosas que los habitantes de los barrios pobres tienen en los balcones de esas casas de vecindad en forma de rascacielos. No crea usted que cuelgan ropa. Crían animales: gallinas y hasta cerdos. Desde luego, los cerdos no pueden hacer ejercicio y engordan rápidamente».
Jerome imaginaba que, llegado este punto, el oyente abriría los ojos de asombro.
«No sé cuánto puede crecer un cerdo, pero esas casas viejas están a punto de derrumbarse… Un balcón de un quinto piso cedió bajo el peso de uno de esos cerdos. Al caer, dio contra el balcón del cuarto piso y rebotó hacia la calle. Mi padre se dirigía al Museo Hidrográfico cuando el cerdo le cayó encima. Como caía desde tan alto, le rompió la nuca». En verdad, era un intento magistral de convertir un tema intrínsecamente interesante en un relato tedioso. El otro método que Jerome ensayaba tenía el mérito de la brevedad.
—Mi padre murió a causa de un cerdo.
—¿De veras? ¿En la India?
—No. En Italia.
—Qué interesante. No sabía que cazaban jabalíes en Italia. ¿Su padre era un buen jugador de polo?
Con el tiempo, ni demasiado pronto ni demasiado tarde —como si, en su carácter de contador público, Jerome hubiera estudiado las estadísticas para conducirse según el término medio— Jerome se comprometió: su novia era una muchacha agradable, de cara fresca, hija de un médico de Pinner. Se llamaba Sally y su autor preferido era Hugh Walpole. Adoraba a los niños desde que, a los cinco años, le habían regalado una muñeca que cerraba los ojos y hacía pis. La relación entre ambos era más placentera que vehemente, como correspondía al noviazgo de un contador público: Jerome no habría consentido en ella si hubiese perturbado su trato con las cifras.
Sólo había un pensamiento que preocupaba a Jerome. Ahora que, en el curso de un año, podía ser padre, su amor por el muerto aumentaba: comprendía el afecto que revelaban las tarjetas postales. Sentía la ansiedad de proteger la memoria de su padre y temía que su apacible amor no sobreviviera si Sally era capaz de reírse de la muerte de su padre. Porque era inevitable que lo supiera cuando Jerome la llevara a comer a casa de su tía. En varias oportunidades trató de contárselo él mismo, puesto que ella estaba ansiosa por saber todo cuanto se relacionaba con Jerome.
—¿Eras pequeño cuando murió tu padre?
—Tenía sólo nueve años.
—Pobrecito —dijo ella.
—Estaba en la escuela. El encargado de cursos me zampó la noticia.
—¿Cómo lo tomaste?
—No puedo acordarme.
—Nunca me contaste cómo murió.
—Fue de repente. Un accidente en la calle.
—Tú nunca manejarás ligero, ¿verdad, Jemmy?
Había empezado a llamarlo Jemmy. Ya era demasiado tarde para ensayar el segundo método, el de la caza de jabalíes. Pensaban casarse tranquilamente en una oficina del Registro Civil y pasar la luna de miel en Torquay. Jerome evitó llevarla a casa de su tía hasta una semana antes de las bodas. Pero la noche llegó al fin y él no habría podido decir si sus temores tenían por objeto el recuerdo de su padre o la seguridad de su amor. El momento se presentó enseguida.
—¿Este es el padre de Jemmy? —preguntó Sally, tomando la fotografía del hombre con el paraguas.
—Sí, querida. ¿Cómo adivinaste?
—Tiene los mismos ojos y la misma frente que Jemmy, ¿no es cierto?
—¿Jerome te ha dado sus libros?
—No.
—Te los regalaré para tu casamiento. Escribía con tanta ternura acerca de sus viajes. Mi favorito es Rincones y escondrijos. Había hecho una gran fortuna. Por eso fue tanto más lamentable ese absurdo accidente…
—¿Sí?
Jerome sintió ganas de salir del cuarto para no ver al amado rostro crisparse de risa incontenible.
—Recibí tantas cartas de sus lectores después de que el cerdo le cayó encima.
—¡Qué horrible! Es como para ponerse a pensar. Una cosa semejante. En un país de cielo tan claro…
El corazón de Jerome palpitó de dicha. Era como si Sally hubiera disipado para siempre sus temores. En el taxi, cuando la llevaba a su casa, la besó con más pasión que nunca y ella le correspondió. Había niños en sus pálidos ojos celestes, niños que movían los ojos y hacían pis.
—Falta una semana. —dijo Jerome, mientras Sally le apretaba la mano—. ¿En qué piensas, querida?
—Supongo que se lo habrán comido —dijo Jerome, dichoso, y volvió a besar a su amada criatura.
Translate
¡Bienvenidos!
Blog dedicado a la divulgación y crítica de las ciencias sociales, las humanidades y la cultura pop. El objetivo es generar conocimiento que provoque discernimiento, reflexión y fomente el debate mediante argumentaciones objetivas y rigurosas, es decir; concibiendo el carácter, pretensiones e inspiración filosófica, desde la génesis de su problemática en la experiencia intelectual concreta de cada participante.
Entradas destacadas
Recomendaciones
¡Síguenos desde tu correo!
Etiquetas
Archivo del blog
Creative Commons
Uchutenshi está bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional
0 comentarios: