Albert Camus,
El alcohol y las mujeres me procuraron, fuerza es confesarlo, el único consuelo del que yo era digno. Le confío este secreto, querido amigo, no tema hacer uso de él. Verá entonces cómo el verdadero libertinaje es liberador, porque no crea ninguna obligación. En el libertinaje uno no posee sino a su propia persona. Es, pues, la ocupación preferida de los grandes enamorados de sí mismos. El libertinaje es una selva virgen, sin futuro ni pasado y, sobre todo, sin promesas ni sanciones inmediatas. Los lugares en que se lo practica están separados del mundo; al entrar en ellos uno deja afuera el temor y la esperanza. La conversación no es allí obligatoria. Lo que uno va a buscar, puede obtenerse sin palabras y, a menudo, sin dinero. Ah, déjeme usted, se lo ruego, rendir un homenaje particular a aquellas mujeres desconocidas y olvidadas, que me ayudaron entonces. Aun hoy, con el recuerdo que guardo de ellas se mezcla algo que se parece al respeto.
En todo caso, hice uso sin medida de esta liberación. Hasta llegaron a verme en un hotel consagrado a lo que la gente llama pecado, viviendo simultáneamente con una prostituta madura y una joven de la mejor sociedad. Con la primera representaba el papel de caballero andante, y a la segunda la puse en condiciones de conocer algunas realidades. Desgraciadamente, la prostituta tenía un temperamento muy burgués; consintió por fin en escribir sus recuerdos para un periódico confesional, muy abierto a las ideas modernas. Por su parte, la muchacha se casó para satisfacer sus instintos desatados y dar un empleo a sus notables dotes. No estoy menos orgulloso de que en aquella época una corporación masculina, con demasiada frecuencia calumniada, me haya acogido como a un igual. Se lo diré al pasar: bien sabe usted que aun hombres muy inteligentes cifran su gloria en poder vaciar una botella más que su vecino. Por fin yo había podido encontrar la paz y la libertad en esa dichosa disipación. Pero así y todo hube de encontrar un obstáculo en mí mismo. Fue mi hígado y luego una fatiga tan terrible que todavía hoy no me ha abandonado. Uno juega a ser inmortal y, al cabo de algunas semanas, no sabe siquiera si podrá arrastrarse hasta el día siguiente.
La Caída, Albert Camus
El alcohol y las mujeres me procuraron, fuerza es confesarlo, el único consuelo del que yo era digno. Le confío este secreto, querido amigo, no tema hacer uso de él. Verá entonces cómo el verdadero libertinaje es liberador, porque no crea ninguna obligación. En el libertinaje uno no posee sino a su propia persona. Es, pues, la ocupación preferida de los grandes enamorados de sí mismos. El libertinaje es una selva virgen, sin futuro ni pasado y, sobre todo, sin promesas ni sanciones inmediatas. Los lugares en que se lo practica están separados del mundo; al entrar en ellos uno deja afuera el temor y la esperanza. La conversación no es allí obligatoria. Lo que uno va a buscar, puede obtenerse sin palabras y, a menudo, sin dinero. Ah, déjeme usted, se lo ruego, rendir un homenaje particular a aquellas mujeres desconocidas y olvidadas, que me ayudaron entonces. Aun hoy, con el recuerdo que guardo de ellas se mezcla algo que se parece al respeto.
En todo caso, hice uso sin medida de esta liberación. Hasta llegaron a verme en un hotel consagrado a lo que la gente llama pecado, viviendo simultáneamente con una prostituta madura y una joven de la mejor sociedad. Con la primera representaba el papel de caballero andante, y a la segunda la puse en condiciones de conocer algunas realidades. Desgraciadamente, la prostituta tenía un temperamento muy burgués; consintió por fin en escribir sus recuerdos para un periódico confesional, muy abierto a las ideas modernas. Por su parte, la muchacha se casó para satisfacer sus instintos desatados y dar un empleo a sus notables dotes. No estoy menos orgulloso de que en aquella época una corporación masculina, con demasiada frecuencia calumniada, me haya acogido como a un igual. Se lo diré al pasar: bien sabe usted que aun hombres muy inteligentes cifran su gloria en poder vaciar una botella más que su vecino. Por fin yo había podido encontrar la paz y la libertad en esa dichosa disipación. Pero así y todo hube de encontrar un obstáculo en mí mismo. Fue mi hígado y luego una fatiga tan terrible que todavía hoy no me ha abandonado. Uno juega a ser inmortal y, al cabo de algunas semanas, no sabe siquiera si podrá arrastrarse hasta el día siguiente.
0 comentarios: