Filosofía,

Harpajered

septiembre 21, 2020 Uchutenshi 0 Comments

El poder de preservar el silencio es indispensable para todos aquellos que deseen brillar o por lo menos agradar, con lo que dicen. Aquellos que no sepan conservarlo se están privando en verdad, de la auténtica conversación. Me refiero al silencio que, sin aires de condescendencia ni superioridad, nos permite escuchar de manera atenta y cordial a los demás, halagándolos más que nuestros elogios. Este es el silencio verdaderamente elocuente y requiere de un gran talento, quizá incluso de más talento del que se necesita para hablar.

Para mantener una buena conversación —decía Thoreau— es necesario estar rodeado de un cierto grado de silencio, hay cosas importantes que no pueden decirse a gritos. El silencio es más valioso de lo que solemos darnos cuenta, al menos cierto tipo de silencio. Me refiero al silencio que nos permite conversar con los demás y no menos importante, pensar y conversar con nosotros mismos. El silencio es un prerrequisito para el pensamiento a profundidad; nos brinda el espacio para que nuestros pensamientos se desdoblen, crezcan, compitan entre sí, se aclaren y de esta manera, logremos tener mejores ideas y tomar mejores decisiones. Existen muchos tipos de silencio, por supuesto, sin embargo, al que me refiero es a ese silencio benévolo y precioso que nos permite pensar con claridad, no al silencio cómplice de la injusticia, ni al silencio agresivo de la incomprensión y la indiferencia, ni al silencio indolente, ni al silencio limitante. El silencio que nos importa empero, es frágil, escaso y el ruido casi omnipresente lo borra con facilidad.

Con preocupante frecuencia solemos rodearnos del sonido de la música o la televisión, no porque tengamos un vivo interés en escuchar música o ver televisión, sino porque de esa manera evitamos pensar en nuestros problemas. El ruido nos aleja de nuestros pensamientos más intrincados, el silencio en cambio, nos acerca a ellos; nos permite enfrentarlos, replantearlos y, en algunas ocasiones, es precisamente lo que necesitamos para lograr salir de nuestros problemas. La vida está llena de posibilidades pero el ruido suele ocultarlas, el silencio empero, es en ocasiones la única manera de entrar en contacto con nuestras emociones y con nuestros pensamientos, y es precisamente este, el que nos permite descifrarlos, revaluarlos, pulirlos y mejorarlos. Finalmente, decía Thoreau, necesitas espacio para que tus pensamientos ajusten sus velas y naveguen una o dos corrientes antes de llegar a buen puerto.

«Deseo escuchar el silencio de la noche, pues el silencio es algo positivo y debe ser escuchado».

—Thoreau

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Epistemología,

Dualismo estructural

septiembre 14, 2020 Uchutenshi 0 Comments

En el libro titulado, «La naturaleza de la conciencia: Cerebro, mente y lenguaje», Bennett y Hacker presentan algunas críticas a las bases conceptuales de las neurociencias, a los problemas de demarcación y, finalmente, plantean un argumento contra el lenguaje utilizado por algunos neurocientíficos y filósofos —Damasio, Edelman, Crick, Searle, Dennet— que consideran a la neurociencia apta para dilucidar cuestiones filosóficas como la naturaleza de la conciencia o el problema mente-cuerpo. Los autores adoptan la postura wittgensteiniana más añeja, a saber; las palabras y los conceptos —utilizados por la comunidad lingüística— se dan como dados, y el papel de la filosofía es resolver (o disolver) los problemas filosóficos concediendo una visión general de los usos de estas palabras, y las relaciones estructurales entre estos conceptos. Por lo tanto, la investigación filosófica difiere de la investigación científica.

Es preciso advertir que bajo esta premisa, no existen a priori, los problemas filosóficos antes señalados, ¿cuál es la naturaleza de la conciencia? o, ¿cuál es la relación mente-cuerpo? Hacker sostiene que estos, como todos los problemas filosóficos, no son en absoluto problemas reales, sino espejismos que surgen de la confusión conceptual. A este problema anexionamos el «dualismo estructural». La crítica sobre este tópico parte de un argumento wittgensteiniano, a saber;

«Únicamente de un ser humano viviente y, lo referente al ser humano viviente, se puede decir: tiene sensaciones; ve, es ciego; oye, es sordo; está consciente o inconsciente.»

es decir, al cerebro humano no se le pueden asociar atributos propios del cuerpo humano como conjunto ya que, en rigor, el cerebro per se, no razona, ni tiene emociones o cualidades cognitivas; lógicas o deductivas, estos atributos son propios del ser humano en su conjunto. Aquí se rechazan las teorías de la identidad mente-cerebro, así como el funcionalismo, el eliminativismo y otras formas de reduccionismo fuerte. Se adopta una postura crítica en favor del pluralismo metodológico, y se niega que las explicaciones estándar de la conducta humana sean causales. Es preciso insistir en la irreductibilidad de la explicación en términos de razones y objetivos, y se niega que los atributos psicológicos puedan atribuirse de forma inteligible al cerebro, insistiendo en que son atribuibles solo al ser humano como un todo.

En síntesis, la crítica al dualismo estructural es advertir que este, no es sino una re-interpretación del corgito ergo sum cartesiano; se suelen seguir premisas dualistas siquiera sin advertirlo: se ha sustituido «la mente de Descartes piensa» por, «el cerebro de Descartes tiene experiencias». En Descartes encontramos dos clases de sustancia finitas; espíritu y cuerpo. El atributo del espíritu es el pensar —res cogitans—. En eso se manifiesta su esencia; nunca está por lo tanto, sin pensar. El atributo del cuerpo es la extensión —res extensa—, debido a que sin ella no es posible cuerpo alguno. El atributo cartesiano res extensa, actualmente corresponde al cuerpo humano (el sistema locomotor, respiratorio, digestivo, endocrino, nervioso, etcétera) y res cogitans corresponde a las propiedades que sugieren algunos fundamentos conceptuales de las neurociencias, concretamente de la neurociencia cognitiva, donde res cogitans es sustituido por las relaciones lógicas entre los conceptos psicológicos que intervienen en las investigaciones sobre las bases neurales de las capacidades cognitivas, afectivas y volitivas humanas. Por lo tanto, Searle, Edelman, Damasio, entre otros, caen en la falacia mereológica, que es la tendencia de atribuirle a las partes (el cerebro) propiedades que corresponden al todo (el sujeto). Es decir, estamos ante una falacia por inducción; donde se obtienen conclusiones tan sólo probables, v. gr.: Sabemos que mi corteza auditiva primaria no es la que escucha, pero tampoco es el oído; y mi lóbulo temporal no es el que ve, es conocido que la luz reflejada en una superficie son radiaciones electro-magnéticas que inciden sobre los fotorreceptores de la retina del ojo produciendo reacciones químicas que se convierten en impulsos nerviosos llegando a la corteza visual donde se integran y procesan, pero también sería un error suponer que vemos con los ojos. Si bien la mente no es más que un proceso, una función del cerebro o una propiedad emergente, se sigue insinuando la existencia de una entidad ontológica independiente a la material.

Es preciso advertir que, por ejemplo, para determinar la verdad o falsedad de la oración

x ve con el lóbulo temporal,

se requiere conocimiento empírico, conocimiento que en papel, le corresponde a la neurociencia. Por lo tanto, es importante distinguir entre las preguntas empíricas y las preguntas conceptuales (que corresponden a la filosofía) para evaluar el lenguaje teórico de los neurocientíficos cognitivos modernos. La forma característica de explicación en la neurociencia cognitiva contemporánea consiste en atribuir atributos psicológicos al cerebro y sus partes para explicar la posesión de atributos psicológicos y el ejercicio de los poderes cognitivos por parte de los seres humanos. Esta es la forma de explicación común en la psicología cognitiva, donde se sustituye a la mente (o sus componentes hipotéticos) por el cerebro, explicación que ha sido advertida por innumerables científicos y teóricos del comportamiento, ninguno de manera más consistente o efectiva que Skinner. Así, se concluye que la teoría neurocientífica es en gran parte dualista, a pesar del hecho de equiparar la mente con las operaciones del cerebro. Por ello, la filosofía no tiene como objetivo determinar si x ve con el lóbulo temporal, sino advertir el sentido o sinsentido de la oración y analizar las teorías de la memoria, percepción, pensamiento, creencias, conciencia y otros procesos psicológicos estudiados por los neurocientíficos, y las consecuencias que el razonamiento falaz tiene para nuestra comprensión de cómo el cerebro participa en la cognición y el comportamiento. Podemos encontrar que distintos conceptos analíticos del comportamiento pueden ser absurdos basados ​​en análisis conceptuales exhaustivos en los que los criterios de sentido y sin sentido se encuentran en la forma en que los conceptos se utilizan en el lenguaje ordinario.

Como se ha visto, la demarcación entre la neurociencia cognitiva —en estrecha relación con la neurofisiología y la psicología— con la filosofía, dimana problemas conceptuales. Retomando a Wittgenstein y supeditando la dilucidación conceptual a la filosofía, es decir, al análisis lógico del lenguaje, habría que plantearse las siguientes interrogantes:

1. La relación entre lo conceptual y lo empírico. Criterio de demarcación.

1.1. Distinguir preguntas conceptuales, es decir; las referentes a conceptos de mente y/o memoria, pensamiento e imaginación.

2. Descripción de las relaciones lógicas entre conceptos. V. gr.: percepción y sensación.

3. Análisis de las relaciones estructurales entre distintos campos de estudio. V. gr.: entre el neural y el psicológico o el mental y el conductista.

Una vez expuesto esto, es preciso señalar que el enfoque no dualista y su tratamiento consistente en los criterios de comportamiento para la aplicación de los conceptos psicológicos hacen que los fundamentos filosóficos de la neurociencia sean una contribución importante a la neurociencia cognitiva ya que nos aclaran la actividad cerebral que hace posible, por ejemplo, aprender, pensar, recordar, imaginar, percibir, etcétera, y nos establecen claramente lo que la neurociencia puede y no puede hacer: que es reemplazar la amplia gama de explicaciones psicológicas ordinarias de las actividades humanas en términos de razones, intenciones, propósitos, metas, valores, reglas y convenciones mediante explicaciones neurológicas, tampoco nos puede explicar cómo un animal percibe o piensa por referencia al cerebro —o algunas partes del cerebro—, percibiendo o pensando, ya que no tiene mayor sentido.


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BIBLIOGRAFÍA


Bennett, Maxwell; Dennett, Daniel; Hacker, Peter; Searle, John. (2008). La naturaleza de la conciencia: Cerebro, mente y lenguaje. México: Paidos.


L. Wittgenstein. (2017). Investigaciones filosóficas. Madrid: Editorial Trotta.

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