Filosofía,
La Recepción
La mirada infinita de Philobiblon no se apartaba de la Luna, cuyos haces de luz blanca, iluminaban la estancia; mientras aquel seguía esperando a su invitada especial, el Discernimiento atendió a la puerta, cediendo el paso a la Ideas, acompañadas de las Letras y las Palabras, tras ellas hicieron su aparición el Papel y la Pluma, formando una gran pareja.
Inmediatamente apareció el Recuerdo, y de su brazo, cual novia amante, la Melancolía. La Reflexión, acompañada de la Meditación, hizo su aparición.
Mientras el Discernimiento —vestido de etiqueta— hacía los preparativos para la presentación de la orquesta, Philobiblon, con el semblante descompuesto, se preguntaba sobre la ausencia de la principal invitada. Al ver ésto se acercó —sonriendo comprensiva — la Razón, tras lo cual señaló:
—Pero... si fue la primera en llegar.
Al dudar de lo que escuchaba, Philobiblon corrió en busca de Sophia. La Razón no mentía, Sophia, en efecto, se encontraba en la estancia, pero Philobiblon no podía reconocerla. Sophia se encontraba sentada en el piso, acurrucada en un rincón con las manos entre las piernas, su mirada vacía y opaca parecía caminar sobre la nada; de cada uno de sus ojos brotaban lágrimas doradas, y casi al unisono y con rapidez, cedieron su paso a un inconsolable llanto. Sophia, cobijada por el Manto Dorado de la Sabiduría, declaró:
«Vuestra Prudencia, Justicia, Templanza y Fortaleza son superiores a lo que yo os puedo ofrecer, pero, si lo deseáis os abro las puertas del conocimiento, con la condición de que seáis vosotros los que me guíen por el sendero, hacía la Verdad.»
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